Eso es lo que provoca la película "Vuelo 93", que ficcionaliza la versión oficial de lo que sucedió en el vuelo secuestrado el 11 de septiembre de 2001 en el que, supuestamente, los pasajeros se rebelaron contra los terroristas provocando la caída del avión antes de que éste llegue a su blanco.
Por si no se entendió, lo de "revoltijón en el estómago" es un elogio. El cine tiene que provocar sensaciones (o hacer pensar, o, por qué no, ambas cosas a la vez), y "Vuelo 93" las provoca. Sensaciones físicas. Durante la primera mitad, la tensión va ganando lugar en nuestro cuerpo. Y en la última media hora se sienten dosis inimaginables de nerviosismo, tensión, emoción y vértigo. Todos sabemos cómo termina la historia, pero aún así nos involucrarnos tanto con la narración que llegamos a sentir que los pasajeros quizás tengan éxito en su empresa. Llegamos a desearles el triunfo. ¿No es muy loco eso, teniendo en cuenta que ya sabemos el final? Bueno, eso es lo que provoca una gran película.
Y no importa si lo que se narra es lo que sucedió realmente o no. Obviamente que un film ficcional no se debe tomar como documento fiel de un hecho real. Nunca sabremos si en verdad el avión no habrá sido derribado por los mismos yanquis, y nunca conoceremos a los terroristas y a los pasajeros. Eso no importa, porque mi elogio se dirige a la puesta en escena y la construcción de personajes y situaciones que logra el film, es decir, a su poder cinematográfico, artístico (que, naturalmente, usa nuestros conocimientos de lo que sucedería para crear más tensión).
Si quieren ver una película que narra una historia sin provocar nada en el espectador, vean una bazofia como "El centinela", que emociona tanto como un resumen de su argumento ("Hay una conspiración para matar al presidente y el principal sospechoso escapa para probar su inocencia"). Pero si lo que quieren cuando van al cine es sentir (y están preparados para un "revoltijón en el estómago"), entonces vean "Vuelo 93".
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