Sunday, November 23, 2008

Crónicas desde Vélez Sarfield (Queen en Buenos Aires)

Un profesor de la facultad dijo una vez: “Se puede entrar en Borges a través de Paulo Coelho, pero no a la inversa: no se puede leer a Coelho después de haber leído a Borges”. Del mismo modo, es posible que resulte difícil que alguien sienta fascinación por Queen si conoce la obra de monstruos como Bob Dylan, Tom Waits, The Who, Joni Mitchell o Lou Reed, pero lo opuesto no sólo es posible sino que es algo muy común en muchísimos argentinos que “descubrieron” la música a comienzos de los 90s. En ese entonces, muchos jóvenes empezamos a escuchar rock y pop a partir de la masividad que ganó Queen con la muerte de Freddie Mercury. Luego, a partir de Queen (y Guns N’ Roses, otra grupo popularísimo del momento), “entramos” a otros artistas, pero nos quedó ese amor por “nuestra primera banda”, ese sentimiento irracional de pertenencia a canciones que mantuvieron cierta magia en nuestra memoria. Y, si bien pasé a ser de la opinión de que mucho del Queen de los 80s es pura música FM que cualquier banda podría haber creado, siempre seguí opinando que en los 70s hacían un glam rock muy respetable y que, aún en los 80s, sus shows en vivo poseían una energía envidiable y demoledora. Es por eso que cuando me enteré de que los dos miembros activos de la banda en la actualidad se habían juntado con otro cantante y habían organizado una gira que incluía a Argentina, no lo dudé: encontrarme con esa parte de mi pasado, con ese “primer amor” musical, era una cita ineludible.
El lugar que elegí, campo vip, era ciertamente caro, pero tenía que vivirlos de cerca, y no era tan caro como los que estaban en sillas en el campo, que deben haberse sentido estafados al ver que los que pagaron menos, por estar parados, les tapaban la visión. Apenas llegué me posicioné a la izquierda de la pasarela, lo más cerca posible del escenario, y la espera fue amenizada por un Coro de Niños conducido por un tal Claudio (al que el público apodó Gepetto por su barba y anteojos), que interpretaron versiones instrumentales de “Oye cómo va/Mi pito” de Santana, “Yesterday” y “All my loving”, de los Beatles, y un popurrí de Queen que incluyó “We will rock you”, “Bohemian rhapsody” y “We are the champions”. En ese ambiente tan abierto era difícil apreciar la calidad de semejante ensamble (cincuenta músicos sin mucha amplificación que digamos), pero el público valoró el empeño y la onda y aportó su fanatismo coreando todo lo que sabía. La siguiente banda soporte (unos brit pop llamados Underdog, argentinos que cantan en inglés) tuvo menos suerte: les habría ido mejor en un ambiente más pequeño, y con un público un poco mejor dispuesto y no tan ansioso por ver salir a su banda. Encima, los tipos se presentaron diciendo “Somos Queen”; se imaginan que recibieron algunos insultos, ¿no?
Finalmente, media hora después de lo previsto (¿dónde quedó la puntualidad inglesa?), las luces se apagaron y la pantalla gigante se llenó de truenos, relámpagos, lluvia y un viaje por el espacio que culminaba en el planeta Tierra, mientras una voz en off decía frases relacionadas con el cosmos. La guitarra de Brian May interrumpió todo eso; los tipos ya estaban ahí, comenzando con “Hammer to fall”, y el público se vino abajo. Hay que decir que el micrófono del "nuevo cantante" Paul Rodgers no estaba del todo ajustado: su voz sonaba muy baja. Sumemos a esto que el tipo muchas veces no cantaba con toda la energía del mundo, y que el público coreaba absolutamente todas las letras que conocía, y tenemos este resultado: su voz casi era casi imperceptible. Y para mí eso estuvo bien, ya que había escuchado un álbum en vivo representativo de esta gira y no me había gustado del todo este cantante. Se preguntarán entonces por qué fui al recital; la respuesta, más allá del motivo nostálgico apuntado anteriormente, tiene que ver con el “sonido Queen”, que sigue presente más allá de quién sea el cantante, y además muchas canciones las cantan May y Taylor, cuyas voces sí me llegan. La cosa es que, terminado el primer tema, la banda se mandó con “Tie your mother down”, otro rock clásico imbatible que demostró a la banda lo que tanto sorprendió al cantante de Pearl Jam cuando vino a la Argentina: ¡el público canta hasta las partes de guitarra! Luego fue May quien entonó los versos iniciales sin acompañamiento de “Fat bottomed girls”. Lo de “sin acompañamiento” es un decir, ya que si conocen la canción sabrán con qué energía cantó el público el famoso “Aaaare you gonna take me home tonight?”.
Luego sonaron las inconfundibles líneas de bajo de “Another one bites the dust”. Como en esta canción hay un poco más de lugar para el juego vocal, aquí sí se escuchó más la voz de Rodgers, y yo confirmé mis impresiones previas. Y luego May volvió a guerrear con su guitarra unas líneas que derivaron en el comienzo de “I want it all”, una de las primeras canciones de Queen que me fascinaron allá por 1990. Con esta andanada de hits, el público deliraba y pogueaba como loco, tanto que las primeras palabras de May (en un español accidentado pero eficiente) fueron para decir algo así como “Tengo que pedirles un favor… parece un poco peligroso desde acá… traten de tener un poco de calma y no venirse tan para adelante”. Todos aplaudieron esta preocupación de May por el público, aunque el pogo no se detuvo, ¿y cómo lo iba a hacer si la siguiente canción fue “I want to break free”?. Un clásico, sí, pero nunca me sedujo tanto como a otra gente.
A continuación vino un “descanso de clásicos”, es decir, sonaron dos temas del nuevo disco: “C-lebrity” y “Surf’s up… school’s out”. Nada memorables, pero con algún riff de guitarra que los fans ya tenían aprendido. Luego quedó bien al frente la voz de Rodgers, quien se acompañó con guitarra acústica para hacer “Seagull”, un clásico suyo de los tiempos en que era el cantante de Bad Company. De hecho, mientras sonaba la canción, las pantallas mostraban imágenes de toda la carrera de Rodgers, incluyendo fotos de cuando era un joven pelilargo que formaba parte de las bandas Free, The Firm y The Law. Ésta fue la interpretación vocal de Rodgers que más conforme me dejó. Pero terminado este segmento, se vino lo mejor.
Brian May se vino a la pasarela que se adentraba en el público, mientras yo me adentraba entre el campo para estar lo más cerca posible de ese sector. Nuevamente en español, expresó que era un honor volver a estar en Argentina, dijo “hola a nuestros viejos amigos y hola a nuestros nuevos amigos” y dedicó el siguiente tema a “alguien que no puede estar aquí con nosotros”, obviamente Freddie Mercury. Y sí, tocó “Love of my life”, en la memorable e inolvidable versión acústica que todos conocemos. La voz de May sonó conmovedora, dándole, si se quiere, más emotividad a la canción que si la hubiera cantado el propio Mercury. Luego se vino Roger Taylor con un timbalcito y se sentó junto a May, quien dijo que iban a hacer “un viejo tema folk”. Los fans más acérrimos del álbum “A night at the opera” deliramos, porque lo que sonó fue “39”. Y al llegar el estribillo, viendo que gran parte del público sabía la letra y la coreaba con alegría superlativa, May y Taylor dejaron de cantar y se quedaron quietos observando. Finalmente, aplaudieron y May dijo “Está muy bien… pero necesitamos más músicos”, y se vinieron el bajista, el otro guitarrista y el tecladista (una mezcla de Mark Knopfler y Peter Gabriel). Sí, cinco tipos parados en el borde de esa pasarelita haciendo “39”, lo cual fue mágico. Al terminar se fueron todos salvo Taylor y el bajista, que se mandaron un curioso y exhibicionista experimento: el bajista mantenía presionadas las cuerdas de su instrumento y Taylor golpeaba, sacando de esta manera las bases rítmicas de temas como “Another one bites the dust” (que ya había sonado) y “Under pressure” (que esperanzó al público haciéndonos pensar que se venía esa canción, pero no). Luego se fue el bajista y Roger se puso a tocar su timbalcito mientras un técnico le iba alcanzado las diversas partes de su batería, y a medida que lo hacía, la cantidad de platillos que Taylor tocaba iba en aumento, hasta tener toda la batería armada ahí enfrente nuestro, a dos metros nomás. Ya me palpitaba lo que se venía, y se me hacía agua la boca; en efecto, desde el escenario principal, Brian May tocó en guitarra el comienzo de “I’m in love with my car”, una de las canciones del repertorio de Queen que siempre cantó Taylor. Y la versión sonó con toda la fuerza de su voz guerrera y disfónica, tal como en el disco de hace 33 años.
Y ya que estaba como centro del espectáculo, Taylor siguió siendo la voz principal en el siguiente tema, nada menos que “A kind of magic”, también de su autoría. Luego volvió May a sentarse nuevamente junto a Taylor y dijo “Ustedes saben qué quiere decir esta próxima canción… las palabras de amor”. Y sí, lo sabíamos, sabíamos que “Las palabras de amor”, canción con nombre en español y dos frases en castellano había sido escrita en 1982, luego de la visita de la banda a la Argentina, quizás para mandar un mensaje de unión entre los dos países a pesar del conflicto de Malvinas. Podía haber supuesto que lo iban a tocar esa noche. Finalmente, Taylor empezó a entonar los versos de la mejor de las nuevas canciones de Queen: el lento y esperanzador “Say it’s not true”, cuya segunda estrofa canta May. Y para la tercera estrofa volvió Paul Rodgers; fue un símbolo de que “el hechizo había terminado”, ya que, en efecto, fue el último tema que hicieron posicionados en ese lugar de la pasarela adentrado en el público.
Lo que siguió fue “Feel like makin’ love”, otro tema de la ex banda de Paul Rodgers Bad Company. Y luego vino “We believe”, del último disco: créanme que he visto tantas alusiones a Barack Obama en los últimos meses que ya no recuerdo si aquí también pusieron una imagen suya o si lo estoy imaginando. Luego se fueron todos del escenario y Brian May empezó a pasearse de aquí para allá mientras hacía su clásico solo de guitarra distorsionado, también conocido como “Brighton rock”. Cerca del final del solo, se subió a una parte superior del escenario (básicamente al lugar donde estaba la pantalla) para que todos pudieran verlo en pose mítica, y dar lugar a “Bijou”, un tema casi instrumental excepto por unos pocos versos cantados originalmente por Freddie Mercury, y que aquí fueron reproducidos de la misma manera, es decir, con imágenes y voz de Freddie. Y esta parte cuasiinstrumental de May derivó en “Last horizon”, un tema solista de May con una melodía incluida originalmente en el primer álbum de Queen.
Luego volvió toda la banda y sonaron los acordes de “Under pressure”… y esta vez no fue un amague, la canción pasó enterita ante nosotros, con el bajista haciendo las partes vocales que hacía David Bowie como invitado en la versión original. Durante este tema escuché a alguien del público decirle a su acompañante “¿Te das cuenta de lo que estás escuchando?”, y ésa parecía ser la sensación general de todos los presentes. Siguiendo con temas míticos, llegó “Radio Ga Ga”, y sí, todos hicimos los movimientos de brazos que se ven en el videoclip de la canción y en todos los recitales que alguna vez vimos por televisión. No cantaron la segunda estrofa, pero la canción no pareció más corta por eso. Y luego Rodgers se colgó la guitarra y se mandó con “Crazy little thing called love”: después de tanto pogo catártico, que sonara un tema “bailable” al estilo del rock and roll más clásico fue raro y casi gracioso. Pero lo que vino después no fue gracioso: nada menos que la intro tecladística de “The show must go on”. Una vez más, el canto del público se escuchó más que el de Rodgers, y bien que estuvo. Luego volvió a aparecer Freddie Mercury en la pantalla; mientras sonaba una grabación suya de una versión en vivo de “Bohemian rhapsody”, los músicos en el “presente” lo acompañaban, hasta llegar a la parte operística, donde, como en las viejas épocas, sonó la grabación original (el público, por supuesto, no dejó pasar la oportunidad de gritar a viva voz “Mama mia, mama mia, mama mia, let me go”). Luego, para la parte rockera, Rodgers sí se atrevió a reemplazar a Freddie Mercury, y en la parte final hicieron una suerte de dueto, Rodgers desde el presente y Freddie desde la pantalla. Final apoteótico con la clásica línea “Anyway the wind blows”, y la banda dejó el escenario.
Pero obviamente volverían, esta vez con camisetas argentinas. Hicieron “Cosmos rockin”, otro rockito con pasta de semiclásico del nuevo álbum, que fue seguido por “All right now”, tema de cuando Paul Rodgers formaba parte de Free. A pesar de ser un tema conocido, la gente ni lo coreó; el fervor del público sólo volvió cuando la batería de Roger Taylor le hizo saber al público que estaba sonando nada menos que “We will rock you”… y otra vez las inevitables palmas. Y, como ya todos sabemos de memoria, después de este tema se viene el final con “We are the champions”, que, teniendo en cuenta su estatura mítica, sonó bastante humilde. Y ahí sí, la banda se acercó al público a saludar mientras sonaba “God save the Queen”, el himno inglés en versión de… Queen.
Y chau. Una treintena de temas a lo largo de dos horas y media, una sucesión de momentos míticos y la emoción de tenerlos a May y Taylor ahí, a tres metros, pudiendo ver sus gotas de transpiración y el agradecimiento en sus rostros al ver tanta pasión por parte del público. Una noche para atesorar.

Sunday, November 09, 2008

Crónicas desde el Torcuato Tasso (Pablo Dacal en vivo)

Después de más de un año sin ver un concierto de Dacal, finalmente pude convencer a dos amigos del trabajo y la novia de uno de ellos de ir a verlo al Torcuato Tasso el jueves 30 de octubre. No sería un recital de Dacal en solitario, sino uno compartido con Manuel Onis, que no me interesaba tantísimo pero bienvenido sea. Lamentablemente uno de mis coworkers anduvo con dilemas de salud esos días y tuvo que desistir junto con su novia, así que del laburo sólo pudo acompañarme el otro, un venezolano-canadiense a quien llamaremos Willem para respetar su intimidad. Y como entonces me vi con dos lugares libres en nuestra mesa, hice algunos llamados y milagrosamente pude convencer a una gran amiga y su no menos copada hermana, a quienes llamaremos Ludmila y Mary Ann. Quedamos en encontrarnos con ellas en la zona alrededor de las nueve: con el Torcuato Tasso nunca se sabe a qué hora empieza el recital, pero sospechábamos que no sería puntual.
En efecto, así fue: Willem y yo entramos pero el lugar estaba vacío y Dacal estaba ensayando. Así que salimos para hacer tiempo y aprovechar para cenar algo por ahí y “descubrir” la zona (Willem no había ido nunca, yo sí pero no muy seguido, y el Parque Lezama y sus alrededores siempre son interesantes). Finalmente nos encontramos con las muchachas y nos dirigimos al local: a pesar de no figurar nuestra reserva, nos dieron una mesa muy buena, y en el tiempito que pasó hasta que empezara el concierto, nos fuimos encontrando con conocidos y conocidas, al mismo tiempo que vislumbrábamos que el lugar se llenaba de gente que incluía a músicos del mismo “movimiento” de Dacal, como Alvy Singer y Tomi Lebrero, que terminaron sentados al lado nuestro. Como la información promocional avisaba que en el recital habría invitados, supusimos que ellos subirían al escenario en algún momento, pero no fue así: simplemente fueron por camaradería, supongo, y para pasar un buen rato, como nosotros.
Una hora después de lo avisado en la página web subieron los músicos. El recital empezó con “Quiero verte hoy”, la canción que abre el disco que presentaba Onis. Y con la potencia del vivo y el acompañamiento de Dacal sonó mucho mejor en vivo que en estudio. Luego se fue Dacal y quedó sólo Onis con su banda, que en esta ocasión incluía a Alfonso Barbieri, el acordeonista y cofundador de Los Cocineros. Entre las canciones que interpretaron hubo algunos temas del disco, como “Canten”, “Portugal” y “Fondo de Omar”, y un par de covers: “2001” (de Os Mutantes, aquella banda brasilera donde empezó Rita Lee) y “Lo’ dedo negro”, del mítico uruguayo Eduardo Mateo. Salvo algún que otro tema, el segmento de Manuel Onis no nos fascinó demasiado; me gusta que exista este tipo de música, sólo que la voz de Onis no nos llegó a nuestro interior de la misma manera catártica que logra Dacal, y sus melodías tampoco nos “movieron el alma”.
Finalmente, Pablo Dacal volvió a subir al escenario como invitado en “Enterrada”. Y luego, antes de comenzar el segmento específico de Dacal, ambos músicos hicieron subir a “un gran músico argentino, que formó parte de las bandas Don Cornelio y La Zona y Los Visitantes”. Obviamente, se referían a Palo Pandolfo; su inesperada presencia nos sorpendió a todos. Y cuando sonó la frase “Te estoy esperando ansiosamente…”, todo el local reconoció la canción, aunque muchos no nos acordábamos el nombre: era la gran “Antojo”, del primer disco de Los Visitantes. Palo Pandolfo al micrófono mostró su conocido histrionismo y expresividad, cosa que se hizo más patente todavía con la siguiente canción, la conmovedora “A través de los sueños”. Escuchar los lamentos de la parte sin letra del tema entonados por Pandolfo, Dacal y Onis era algo que casi ponía la piel de gallina. Finalmente, se fue Onis del escenario y quedaron sólo Dacal y Pandolfo para hacer “Zamba del fin del mundo”, uno de los tantos temas del último disco de Dacal que tienen toda la pasta para ser clásicos instantáneos, con momento para silbar incluido. A continuación Pandolfo abandonó el escenario y quedó sólo Dacal para hacer un gran cover de Atahualpa Yupanqui: “El árbol que tú olvidaste”. De ahí en adelante, varios músicos lo acompañaron en lo que quedó del recital, y lo extraño fue que tocaban instrumentos típicos de una banda de rock (cosa rara para este artista): guitarra eléctrica, bajo y batería (además de un piano, que era algo más esperable). De manera que lo que en cualquier recital sería normal, aquí fue especial, y pudimos escuchar con “formación de rock” algunos hitos de Dacal como “Todo o nada” o “Amor es un monstruo”, que definitivamente sonaba muy diferente de esta manera (me tomo el atrevimiento de decir que me gusta más la versión acústica de este último tema). Del álbum “La era del sonido”, además de la ya mencionada “Zamba del fin del mundo” sonaron “La guitarra y el bolsón” y “El mundo del espectáculo”, durante la cual los instrumentos de viento fueron reemplazados por los coros espontáneos de parte del público. En resumen, de su último disco Dacal eligió los tres temás más “instantáneamente hiteros”, lo cual fue una buena muestra para mis tres acompañantes, que todavía no habían escuchado el disco.
Además sonaron en el recital dos temas que yo no conocía: “De pie” y “El mundo es una canción”. Y por suerte Dacal retomó un cover que lo vi interpretar hace un par de años: “Mandolín”, del fallecido uruguayo Gustavo Pena, alias “El Príncipe” (“una pena que nos haya dejado”, dijo Dacal). Para finalizar, volvieron a subir al escenario Manuel Onis y Palo Pandolfo, y Pablito Dacal hizo referencia a que se estaban cumpliendo 25 años de la vuelta de la democracia al país, motivo por el cual cantarían una canción que tenía que ver con eso. Y lo que sonó fue, una vez más, otra sorpresa: “No llores por mí, Argentina” de Serú Girán.
Y ahí terminó todo. Media hora de Onis, una hora de Dacal: en total fue una hora y media que se pasó muy rápido, y nos quedamos contentos y con ganas de bises. Como no hubo ninguno, en compensación me acerqué al escenario y me llevé la lista de temas de ambos músicos, repitiendo la acción que efectué hace dos años cuando vi a Me Darás Mil Hijos en el mismo lugar. Así que después de unos minutos de “after show” nos fuimos, reafirmando algunos (inaugurando otros) nuestro gusto por este “almagrense de nacimiento, rosarino por elección” (según Fito Páez). Hasta el próximo post, y, como diría Dacal: “¡Salut!”.

Tuesday, March 18, 2008

Crónicas desde Vélez Sarfield (Bob Dylan en Buenos Aires)

Sábado 16 de marzo de 2008, 20 horas, estadio de Vélez Sarfield. El telonero de la noche es León Gieco, según muchos el “Bob Dylan argentino”, aunque los que dicen eso parecerían basarse solamente en el hombre que cantaba canciones de protesta entre 1962 y 1965. Pero Dylan tuvo cuarenta años más de carrera; si quisieran poner en el escenario a un verdadero equivalente argentino deberían haber puesto a Andrés Calamaro, alguien mucho más dylaniano por sus canciones sobre amores torturados, sus repentinos autoexilios, sus rimas imaginativas, su voz destrozada y de inflexiones juguetonas al mismo tiempo y su rescate de la canción popular (sin que “popular” signifique sólo “folk”).
Pero bueno, estuvo Gieco, y no estuvo tan mal. Como homenaje a la canción latinoamericana interpretó buenas versiones (varias de ellas acompañado por la banda Aca Seca Trío) de “Como la cigarra” de María Elena Walsh, “Maturana” de Cuchi Leguizamón, “Los chacareros de Dragones” (un legendario tema propio dedicado a Víctor Jara), “Cuando llegue el alba” de Jorge Cafrune, “Zamba por vos” de Alfredo Zitarrosa, “A nuestros hijos” compuesta junto a Iván Lins, “Casamiento de negros” de Violeta Parra y “La guitarra”, letra inédita de Atahualpa Yupanqui que Gieco musicalizó luego de su muerte (al introducir este tema se mandó una fea, ya que dijo que era una suerte haber compuesto un tema con Yupanqui, y eso es lisa y llanamente falso; como lo que digo no es ninguna pavada, si alguien tiene datos que prueban que estoy equivocado, hágamelo saber). En el medio hizo subir a Gustavo Santaolalla: gran sorpresa (mi amigo Mr. Cínico, sentado al lado mío, dijo “Uau, el ganador del premio de la Academia”). Juntos rememoraron la época del proyecto “De Ushuaia a La Quiaca” interpretando la bella “Canto en la rama”, una de esas canciones tradicionales recopiladas por Leda Valladares. Finalmente, Gieco entonó a capella “Cinco siglos igual”, que se grabaría para un CD a beneficio de las Madres de Plaza de Mayo, al igual que la siguiente canción: “La memoria”. El guiño fue que esta última la interpretó con un feeling muy “The freewhelin’ Bob Dylan”, o sea, con armónica, guitarra y un ritmo veloz, distinto al de la versión original y más similar al que nuestro visitante ilustre usaba en los 60s para hacer sus canciones de protesta. El público había recibido unos volantes con la letra de estas canciones, acompañadas por un texto “cuasisurrealista a lo Dylan” escrito por Gieco, con muchas faltas de ortografía (que quizás no eran de él sino del transcriptor). Finalmente, Gieco dijo algo así como que se tenía que ir yendo, pero que no podía desaprovechar el hecho de que dos grandes amigos estuvieran allí, y subieron al escenario Gustavo Santaolalla y Charly García. Muchos temimos por el comportamiento de Charly, pero éste dijo “Todo por Bobby…” y quedó claro que el “todo” incluía portarse bien. Sonó el inconfundible comienzo de “Pensar en nada” y el trío mítico jugó a ser un trío mítico teloneando a un artista mítico. Para despedirse hicieron la obvia: “El fantasma de Canterville”, que Charly compuso para que la cantara Gieco como parte del grupo Porsuigieco. Y chau teloneros.
Pasados cinco minutos de las 21:30 se apagaron las luces y sonó la voz grabada de un locutor cuasicircense que ampulosamente presentaba al Artista terminando con las ya míticas palabras: “Ladies and gentlemen - Columbia recording artist Bob Dylan”. Y salió nomás el Hombre de Negro con su Sombrero y sus Secuaces a tomar por asalto la noche. Los que estábamos sentados nos paramos aplaudiendo, por supuesto, y a continuación sonaron unos inconfundibles (para mí) golpes de batería: “PAPA PA-PAM PA-PAM…” y yo casi muero de emoción: era el comienzo exacto de “Blonde on blonde”, el primer disco de Dylan que poseí y escuché en mi vida. “¡¡¡Rainy day women 12 & 35!!!” le grité a Mr. Cínico, y sí, era esa nomás, con esas lúdicas notas circenses transformadas aquí en puro rock. Y por fin pudimos cantar con Dylan eso de “Everybody must get stoned”. Bueno, cantar es un decir: cuando Dylan quiere, entona como cualquier mortal, pero la mayor parte del tiempo no quiere, sino que hace una mezcla entre un canto “normal”, un recitado que se rastrea fácilmente en sus últimos discos y un fraseo imprevisible que hace que uno nunca sepa cómo va a interpretar cada canción.
De ahí en adelante, cada vez que la banda empezaba un nuevo tema, Mr. Cínico y yo tratábamos de resolver lo más rápido posible el enigma lostiano de comprender de qué canción se trataba, ya que sabíamos que en vivo Dylan deforma los temas haciéndolos casi irreconocibles (mucha gente sólo los reconoce al escuchar el primer verso, y otros sólo al llegar el estribillo). Debo decir que, salvo en dos casos en que no conocía tanto la canción en cuestión, no me resultó difícil reconocer los temas: siempre había cierta instrumentación, arreglos, cadencia o estructura reconocible para aquel que recordaba las versiones originales, de manera que resultaba claro de qué canción se trataba. Al menos para mí, que la mayoría de las veces me adelanté a Mr. Cínico: “¡Lay lady lay!” le grité al empezar el segundo tema, emocionado e intrigado porque nadie más parecía haberse dado cuenta. Pero luego cayeron, y todos nos preguntábamos felizmente cómo era posible que dos canciones tan míticas fueran los primeros temas del show, ya que habíamos ido resignados a escuchar cosas menos conocidas. Algo así sucedió a continuación: sonó “Watching the river flow” pero, aunque quizás muchos no la conocían, nadie se quejó, porque la entrega de Dylan y el poderío de la banda suplían cualquier posible desinterés que pudiese surgir. Esa banda era sublime; no puedo destacar el desempeño de ninguno en particular por sobre los demás, pero debo decir que el baterista era quizás el que más se lucía. Y cuando había algún solo de guitarra, la gente siempre aplaudía, pero no por el virtuosismo (ya que ningún solo resultó lo que se dice virtuoso), sino por la simple belleza de la música.
A partir de ahí, Dylan dejó la guitarra que había estado tocando y se puso paradito al teclado (lugar que no abandonaría en toda la noche) para hacer otro clásico absoluto: “Masters of war”. A esa altura, me acostumbré a lo inesperado, a una noche llena de hits. Esta versión me gustó definitivamente más que la original, ya que, con toda la instrumentación y la voz gastada de Dylan, se hacía más patente el tono sombrío y apocalíptico del tema, que en su época supo defenestrar Joan Baez porque incluía frases como “Espero que ustedes se mueran” y según ella eso es algo que ni siquiera hay que desearles a los fabricantes de armas.
A continuación vinieron canciones más modernas, empezando por dos de su último disco: el rock “The leeve’s gonna break” y la plácida (y favorita en mi último ambiente de trabajo) “Spirit on the water”. Así es, pudimos escuchar en vivo frases como “I can’t go back to paradise no more, I killed a man back there…”. Y pudimos escuchar a Dylan en armónica, algo mítico y hermoso que se repetiría durante toda la noche. Luego vino una favorita personal de Mr. Cínico (quizás por eso él la reconoció antes que nadie): “Things have changed”, compuesta para la brillante comedia de Curtis Hanson “Wonderboys” (estrenada aquí como “Fin de semana de locos”). Pero, en una noche llena de emociones, esa interpretación nos resultó la menos interesante. Como dato curioso, el Oscar ganado por ese tema reposaba sobre uno de los parlantes, aunque no me percaté en el momento sino que lo leí en otras críticas. Después Dylan volvió a su último álbum para hacer “Workingman’s blues 2”: sorpresivamente, fue muy ovacionada por el público, que aplaudía al finalizar cada estrofa (no es un superhit, así que sólo supongo que los emocionó la belleza de la canción en sí). Pero lo siguiente sí fue un superhit: empezó a sonar “My back pages” pero sin letra, solo instrumental, y cuando yo ya estaba por extrañar las figuras de los que lo habían acompañado a Dylan en esa gloriosa versión del recital por su trigésimo aniversario con la música (George Harrison, Tom Petty, Roger McGuinn, Eric Clapton y Neil Young), los músicos sacaron de la galera un famoso riff que transformó el tema en una versión IN-CRE-Í-BLE de “Just like a woman”. Como en todas las canciones coreadas por el público, resultaba gracioso escuchar cómo la gente entonaba el estribillo y Dylan recién cantaba cada verso después de que el público lo hiciera, a su particular ritmo. Como sea, ese tema fue de lo más aplaudido de la noche.
El tema siguiente fue “Honest with me”, otra muestra de sus últimos álbums, que fue seguida por la bella y lenta “When the deal goes down”. Y luego vino una DE-MO-LE-DO-RA versión de “Highway 61 revisited”, cuyo original nunca me gustó del todo debido a unos sonidos circenses que por suerte estaban ausentes en vivo. En esta canción, más que nunca en todo el show, la banda la rompió. Para contrarrestar tamaña energía, Dylan volvió a los lentos, esta vez con la bellísima “Nettie Moore”, otro punto alto de la noche. Era muy conmovedor escuchar cómo de repente el público empezó a hacer palmas siguiendo el ritmo reposado y marcial (nada “populero”) de la batería; esos sonidos retumbando en todo el estadio ponían la piel de gallina, igual que la canción, ideal para escuchar bajo esa luna que nos había acompañado desde muchas horas antes. Finalmente, llegó el turno de “Summer days”, último tema “actual” de la noche, ya que después sólo habría clásicos. Y el primero de esta última seguidilla fue “Like a rolling stone”. Una vez más, gran parte del público sólo reconoció la canción cuando Dylan entonó el famoso “Once upon a time you dressed so fine…”. Ahí sí, se pararon todos (en consecuencia, nosotros también), y el estribillo (“How does it feel…”) fue el más coreado de la noche.
Al finalizar esa joya, la banda se fue del escenario por un par de minutos mientras nosotros nos preguntábamos cuáles serían los dos bises elegidos para cerrar la noche (sabíamos que Dylan hace 17 temas por show). Y mi sorpresa al volver la banda y comenzar el siguiente tema fue similar a la del comienzo, ya que sonó otro clásico de “Blonde on blonde”: “Stuck inside of Mobile with the Memphis blues again”. Esta fue quizás la canción que más demoró en “cazar” el público, pero cuando se dieron cuenta, nadie pudo resistirse al “Oh… mama… can this really be the end…”. Para terminar, un rasguido guerrero de guitarra y un telón con un extraño símbolo anunciaron otro de los riffs más reconocibles (no sólo del repertorio de Dylan, sino de toda la historia de la música): el de “All along the watchtower”, otra demoledora versión que dejó extasiados a todos. Cuando Dylan terminó de decir “Outside in the distance a wildcat did growl, two riders were approaching, the wind began to howl…”, efectivamente, la banda se mandó un aullido instrumental para atesorar. Todo había terminado, y Dylan y sus Secuaces se juntaron para saludar al público (su pose era mítica, con un brazo arqueado como para un retrato antiguo). Y, según dicen los que estaban más cerca, Dylan miró a sus músicos y asintió, como diciendo “Sí, hagamos una más”. Y se vino el más famoso de sus himnos: “Blowin’ in the wind”, en versión bluseada. Cuando uno pensaría que él ya está viejo para una letra tan inocente, el tipo vuelve a incorporar esta necesaria canción a su repertorio regular. Y por eso podemos considerarnos afortunados: no sólo hizo 18 canciones en vez de sus usuales 17, sino que rompió la regla de no hacer “All along the watchtower” y “Blowin’ in the wind” las dos en un mismo show (generalmente, si hace una no hace la otra). Obviamente, esas cosas se piensan después; en el momento sólo captamos el dedo de Dylan que se levantaba hacia la gente haciendo el signo de “Está todo OK”, y supusimos que esa rara muestra de humanidad con su público significaba que le habíamos caído bien.
¿Y luego? Después de que la banda se fue, sólo restaba volver a casa. Más allá de nuestro gran recuerdo del show, Mr. Cínico sacó el dato curioso de que en una noche habíamos visto a dos ganadores del oscar sin haber visto ninguna película. Mi correspondiente dato curioso fue: “Dentro de una hora vamos a volver a vivir el horario en que Dylan cantó sus últimas canciones”. Así es, porque esa noche el reloj volvía a atrasarse: al dar las 12 de la noche, volvían a ser las 11. El día en que Dylan tocó en Buenos Aires fue tan especial que duró 25 horas.

Wednesday, March 12, 2008

Trece observaciones al tuntún sobre Bob Dylan

(Aclaración: las citas textuales fueron recopilados de varios sitios webs devotos de Dylan. No chequée las fuentes, sólo creo en ellas...)

-Bob Dylan es como Einstein. Como un disparo divino. (Kris Kristofferson)

-01: Soportar la voz nasal. Empecemos por la trampa: el unplugged. Lo primero que muchos argentinos escucharon de Dylan fue su recital para MTV Unplugged, muy promocionado a mediados de los 90’. Y muchos comentarios fueron del tipo “Si Dylan tiene esa voz horrible nunca más lo escucho en mi vida”. Pero imaginemos que alguien no conoce a Charly García y para hacerlo concurre a uno de sus shows actuales y tiene la mala suerte de que justo resulta uno de sus shows desastrosos, donde rompe todo, canta poco y tiene la voz increíblemente hecha pelota, y luego esa persona opina “De este tipo no voy a escuchar ningún disco, con ese desgano que tiene y esa voz horrible”. Por su impresión de un show específico, esa persona se estaría perdiendo de escuchar muchas joyas de épocas mejores. El caso de Dylan en parte es similar, con la diferencia de que en la noche del unplugged el tipo realmente no estaba cantando mal. Lo que hacía era llevar al extremo su deconstrucción de las melodías, usando su voz nasal al límite de las posibilidades. Si esta explicación no dice nada, entonces baste decir que en los discos en estudio su voz no sólo no es para nada insoportable, sino que es una de las voces más expresivamente bellas jamás grabadas. Y si alguien considera que ese unplugged fue un punto bajo, entonces digamos que el tipo volvió a resurgir como exquisito cantante, y que ese resurgimiento es uno de los tantos en su carrera, que está llena de vaivenes estilísticos, cambios de rumbo, de religión (cosa que influyó en su música), de estilo y de… voz. Pero claro, “entrar” en Dylan no es fácil, y hay algunos discos (como el Unplugged) que es más fácil disfrutar cuando ya se ha asimilado la variedad e intensidad de las performances dylanianas.

-La mayor parte de la crítica musical está en el siglo XIX. Está muy por detrás de, pongamos por caso, la crítica de pintura. No se concibe el hecho de que Dylan quizá sea un cantante más sofisticado que Whitney Houston, de que él es seguramente el cantante más sofisticado que hemos tenido en una generación. Nadie identifica a nuestros cantantes populares como a Matisse o Picasso. Dylan es un Picasso, con esa exuberancia, variedad y asimilación de la historia entera de la música (…). Dylan es uno de esos personajes que sólo aparecen una vez cada 300 o 400 años. (Leonard Cohen)

-02: Un cantante de verdad. De cantantes como Whitney Houston o Mariah Carey (o de tantos aspirantes a American Idol) se podrá decir que entonan bien o que tienen un buen registro, pero, obviamente, eso en sí no es un valor… al menos para mí (los valores son relativos). Encuentro más placentero y admirable ver gente “no dotada vocalmente” pero que toca y canta con pasión (pongamos por caso The Police o Neil Young) que ver a un cantante eximio que “llega a notas altas” para cantar basuras pop. Y la calificación de “basuras pop” no se refiere a las canciones en sí, sino a la sinceridad con que son interpretadas. Bob Dylan también puede cantar cosas cursis, como “Si tuviera las estrellas de la noche más oscura y los diamantes del océano más profundo, renunciaría a ello a cambio de tu dulce beso, porque eso es todo lo que quiero poseer”. La diferencia es que el “yo lírico Dylan” cree en la verdad de lo que canta, lo cual hace que su canto sea muy expresivo, y esa expresividad nos emociona, porque nos relaciona en un nivel personal con el cantante y nos hace sentir que estamos escuchando verdadera pasión, verdadera alegría, verdadero dolor, y no sólo “una persona cantando una letra cursi”.
Es por esto que el verdadero poder de Dylan no está en sus letras sino en su interpretación. Claro que si queremos ocuparnos del aspecto exclusivo de las letras, descubriremos también que nadie ha escrito la cantidad, calidad y variedad de genialidades que él compuso.

-No hace falta oír lo que dice Bob Dylan, lo importante es cómo lo dice. (John Lennon)

-03: El mejor disco de todos los tiempos. Para “entrar” en Dylan, recomiendo escuchar el mejor disco de todos los tiempos: “Blood on the tracks”. Casualmente, el mejor disco de todos los tiempos tiene el comienzo más hermoso posible. Pongan play y escuchen “Tangled up in blue”, donde una guitarra apacible, limpia y calma nos da amablemente la bienvenida. Parece decir cálidamente “seguí escuchando, seamos amigos por un rato”.

-Dylan ha escrito canciones que tocan lugares de la mente a los que nadie antes había llegado. (Jerry Garcia, cantante de The Grateful Dead)

-04: La mejor canción de la historia. Y ya que estamos con “Blood on the tracks”, sigamos. Por suerte, el mejor álbum de la historia contiene la mejor canción de la historia: “If you see her, say hello”. ¿En qué me baso para semejante juicio? En lo que la canción me hace sentir. Dylan no es famoso por esto, pero ha creado las canciones de amor más hermosas, catárticas y conmovedoras que uno pueda escuchar. Por un lado, este tema está genialmente escrito, con esa cuota de resignación por el amor perdido y al mismo tiempo esa sensación de que el yo lírico todavía no terminó de aceptar esa pérdida en verdad. Por otra parte, la interpretación vocal llega tan hondo que pone la piel de gallina. Y si alguna vez tienen la suerte de escuchar esta canción, quizás noten un tercer componente que la hace dramáticamente sublime: el cambio de velocidad. Comienza con un ritmo reposado, y, poco a poco, a medida que la voz de Dylan se vuelve más “urgente”, la canción va ganando ritmo de manera casi imperceptible hasta volverse algo en lo que al yo lírico le va la vida.

-Bob era un príncipe. Aún le veo como el poeta más grande de nuestra época. (Roy Orbison)

-05: El humor. Además de cultivar el amor y el deseo como uno de sus grandes temas, Dylan tiene una larga lista de canciones puramente basadas en el humor y la ironía, cosa que en los 60’ quizás era novedosa pero ahora no. Pero lo más llamativo es la combinación de ambas vertientes: hay canciones suyas que hablan de algo trágico o disfuncional pero con una cuota de humor, como restándole algo de gravedad al asunto (o dejando ver que el humor es la única manera con la que el yo lírico puede lidiar con esa situación). Esa combinación se encuentra también en todo cantante o grupo posmoderno, pero generalmente está acompañada de una pose que parece decir “miren lo ingenioso que soy, cuento mis penurias con humor”. En Dylan no, en sus canciones el humor es todo sencillez y humildad. Ejemplo: “You’re gonna make me lonesome when you go”, otra joyita de “Blood on the tracks”. O cualquiera de sus últimos discos (la frase “It’s not dark yet, but it’s getting there” me parece particularmente brillante).

-Nada de folkie o poeta. Es la gran bestia del rock and roll. (Chuck Berry)

-06: Los mejores títulos de canciones que existen. Por puro capricho detengámonos en un aspecto muy poco serio o comprobable estadísticamente hablando: el tipo inventó los mejores títulos de canciones que se hayan escrito. Ninguna persona cuerda podría resistir la curiosidad de escuchar temas que se llamen “Dark eyes”, “Boots of Spanish leather”, “Hazel”, “Masters of war”, “Restless farewell”, “It’s alright, ma, I’m only bleeding”, “Every grain of sand”, “Most of the time”, “Death is not the end”, “A hard rain’s-a-gonna fall”, “One too many mornings”, “The wicked messenger”, “Love minus zero”, “I and I”, “Desolation Row”, “Seven days”, “All along the watchtower”, “Everything is broken”, “Buckets of rain”, “It takes a lot to laugh, it takes a train to cry”, “Bye and bye”, “My back pages” o “When I paint my masterpice”, por nombrar sólo algunos.

-Dylan se ha inventado a sí mismo. Se ha creado de la nada. Es decir, a partir de las cosas que tenía a su alrededor y dentro suyo. Dylan es una invención de su propia mente. La cuestión no pasa por comprenderlo sino por asimilarlo... (Sam Shepard)

-07: Los artistas que uno descubre al descubrir a Dylan. Pero Bob Dylan no empezó de la nada, y lo interesante es que si uno se adentra en su música descubre los artistas que lo influenciaron y posibilitaron su construcción como “héroe de la canción”. Artistas tan mágicos y mugrosos (en el buen sentido de la palabra) como él: Blind Lemon Jefferson, Bukka White, Woody Guthrie, Hank Williams, Blind Willie McTell, Jesse Fuller y Leadbelly son sólo algunos de los bluseros y cantantes de folk y country a los que vamos teniendo acceso cuando escuchamos los primeros discos de Dylan, esos en los que el tipo acomete la misma práctica que muchos de sus músicos admirados: ponerle una letra propia a una melodía ya existente para crear una versión nueva de un clásico, o directamente, una canción totalmente nueva. Así es, las melodías de “Blowin’ in the wind”, “A hard rain’s a-gonna fall” y “Song to Woody”, entre otras, no pertenecen a Dylan. Pero eso no le quita el valor a las versiones dylanianas. De hecho, la manera en que él organizó todos sus conocimientos en una nueva forma musical, más libre, directa, irónica y hasta autorreferencial, es única.

-Se sacaba esas canciones de la nada. No sabíamos si eran suyas o si las recordaba. Cuando las cantaba, no lograbas distinguir. (Robbie Robertson, cantante de The Band)

-08: Reversionándose a sí mismo. A medida que avanzaba su carrera y su estilo tomaba variados cambios de rumbo, Dylan fue cambiando su timbre característico, logrando que uno se sorprenda con, por ejemplo, el disco “Nashville skyline”, donde su voz suena radicalmente distinta a lo que el público estaba acostumbrado, casi como la voz de un afectado galán country en vez de la de un joven folkie. Y en sus shows incurría en cambios más drásticos, haciendo que algunos temas que en los discos eran reposados sonaran en vivo mucho más veloces. Hoy en día en sus recitales lleva al límite esa deconstrucción de su propio legado, creando melodías totalmente nuevas para varios temas legendarios, o cantando letras de una canción con la melodía de otra canción.

-Yo nunca he visto carisma como el que exhibía Bob en sus actuaciones. (Joan Baez)

-09: Sobre héroes y tumberas. Hubo un boxeador negro llamado Rubin Carter y apodado “Huracán”, que fue injustamente acusado de asesinato y condenado a prisión. A medida que ese hecho se iba haciendo público, muchos famosos se pronunciaron públicamente en contra de su encarcelamiento, entre ellos Bob Dylan (que, sí, se hizo famoso como cantante de protesta, pero se transformó en mucho más que eso). Dylan sacó una canción detallando todas las mezquindades y arbitrariedades a que fue sometido Carter. Una canción brillantemente “narrativa”, por cierto, llamada precisamente “Hurricane”. A fines de los 90’, cuando Carter ya estaba en libertad, se hizo una película sobre su historia, con una duración de aproximadamente dos horas y media y un protagónico de Denzel Washington. Lo interesante fueron algunas críticas perspicaces que dijeron “La canción de Bob Dylan contaba la misma historia pero en sólo ocho minutos, y era mucho más entretenida”.
Esta canción, por otra parte, tuvo un muy buen cover en castellano a cargo de María José Cantilo, un cover que respetaba la estructura y melodía del original y además lograba recrear la letra en castellano de manera muy lograda y para nada forzada. Me gusta cuando se logra eso, y con Dylan no es fácil.

-Se creó a sí mismo, como Lawrence de Arabia, como alguien (…) que se convierte en una figura para la que no pasa el tiempo porque atraviesa las épocas. Alguien que, en su actuación y cambios, nos enseña a ver las diferentes posibilidades de las diferentes eras. (Greil Marcus)

-10: Yo, traductor. Como hizo María José Cantilo con “Huracán”, yo también intenté mis propias traducciones de Dylan. Mientras escuchaba sus canciones frente a una PC esperando que me ordenaran hacer trámites en una oficina céntrica, fui escribiendo temas de Dylan pero en castellano, o mejor dicho, “trasladando el feeling” al castellano, ya que no siempre eran traducciones literales. La única manera en que me salía era escuchando las canciones en el momento; si no, no podía. De esa manera, logré traducciones “artísticas” (o sea, no necesariamente literales) de “Wedding song”, “I threw it all away”, “Lovesick” y “Queen Jane approximately”. Debo decir que quedé bastante conforme con el resultado. No desesperen, algún día esos textos verán la luz.

-Cuando lo descubrí fue un deslumbramiento asombroso. Me gusta el caos, no la disciplina, y él era el profeta del caos... Él empezó a hablar de otras cosas, metió la literatura en el rock. Me ha alimentado y me sigue alimentando. (Joaquín Sabina)

-11: Yo, escribiendo a Dylan. Resulta que no sólo intenté traducciones. En “Pierre Menard, autor del Quijote”, Borges cuenta la historia de un tipo que se propone escribir un Quijote igual al de Cervantes (no una versión, sino uno exactamente igual). De modo parecido, yo me maravillé a tal punto con las letras de Dylan que descubrí que, siendo tan perfectas, el acto mismo de ponerlas por escrito es producir arte, aunque ese “escribirlas” sea “copiarlas”, o sea “reescribirlas sin cambiarles una coma”. De manera que, en esas tardes de pseudotrabajo donde intentaba mis traducciones, cuando la inspiración no me alcanzaba para traducir letras de Dylan simplemente escribía las originales a medida que escuchaba las canciones. Y ¿saben qué? Al transcribir las letras de Dylan, yo estaba produciendo arte. (Se ve que tenía tiempo libre en esa oficina…)

-Bob suena como si sus canciones tuvieran 300 años pero hubieran sido escritas ayer. (Martin Scorsese)

-12: Como Gershwin, como Cole Porter, como Buddy Holly. Si no le creen a Scorsese, prueben escuchar los últimos dos discos de Dylan: “Love and theft” y “Modern times”. Su capacidad para reinventarse a sí mismo nunca quedó mejor plasmada que en ese resurgimiento en el que sacó de su galera canciones que parecen hipertradicionales, canciones que parecen haber estado escritas y sonando desde siempre, pero que tienen no más de siete años, canciones cuyas letras e interpretación tienen una belleza, complejidad y variedad que abarcan el blues, el country, el rockabilly y quién sabe cuántos ritmos más, llevándonos instantáneamente a otros tiempos menos tecnológicos, más propios de la primera mitad del siglo XX.

-Bob Dylan. Una mente fuera del tiempo. (Paul Williams)

-13: Imprevisibilidad absoluta. Cuando un artista saca un nuevo disco y sale de gira, suele interpretar los temas más exitosos de su carrera (con una o dos posibilidades de cambio de repertorio entre recital y recital) y algunas canciones del nuevo disco que promociona (canciones en las que también puede haber una pequeña variación entre recital y recital). Es decir, uno puede observar la lista de temas de una sucesión de shows y anticipar con certeza un 80% de lo que ese artista tocará en su próximo concierto. Con Dylan no; observen las listas de temas de recitales sucesivos suyos y sólo observarán un puñado de seis o siete canciones que se repiten. El resto es misterio, ya que varía ampliamente en cada concierto. Incluso esas seis o siete canciones no aparecen cada una en cada recital, o sea que no hay ninguna manera de anticipar con seguridad ninguna canción, ni siquiera las más famosas, como “Blowin’ in the wind”, “All along the watchtower”, “Like a rolling stone” o “The times they are-a changin’”. Todo eso hace de sus shows algo bienvenidamente imprevisible.
Por supuesto, cada fan de Dylan tiene decenas de canciones preferidas, y también muchas canciones que lo mantienen indiferente. Por eso, aún siendo Dylan mi artista favorito, creo que la única manera de enfrentarme a un recital suyo es saber de antemano que saldré decepcionado, es decir, inevitablemente sentiré que no tocó muchas canciones que forman parte de mi vida, y también que tocó muchas que podría haber reemplazado por otras. Pero bueno, intentaré gritarle “¡¡Mississippi!!”, a ver si me escucha…

-Lo que más puedo esperar es cantar lo que pienso, y quizás evocar algo en los demás. No me insultes diciéndome que soy una persona con mensaje. Mis canciones no son más que un diálogo conmigo mismo. (Bob Dylan)

-Cerrando poéticamente: si logran entrar en el mundo de las canciones de Bob Dylan (y su Voz, y los Instrumentos, y la Historia, y las Mujeres, y la Harmónica, y la Risa, y la Poesía, y todo gran artista clásico que descubrimos cuando descubrimos a Dylan), si logran entrar, entrarán en un mundo nuevo. Verán realmente cómo algo enorme y bellísimamente gratificante se abre ante ustedes.

Sunday, January 06, 2008

Los estrenos comerciales de cine del 2007 que yo vi (qué título largo, che)

El título lo dice todo, supongo. Aclaración 1: estas breves reseñas fueron escritas sin pretensión de "estilo", más bien como "escritura para los amigos". Aclaración 2: no cuento ningún secreto importante que les arruine los films si no los vieron. Aclaración 3: generalmente veo en cine las películas que presupongo que luego me arrepentiría de no haber visto en pantalla grande si las llego a ver en DVD o cable. O sea que hay mucho blockbuster hollywoodense en este resumen, pero, como en todos los años, hubo blockbusters buenos y malos. Y muchas las vi gratis por una credencial mágica que me prestó un amigo a quien mantendremos en respetuoso anonimato, así que no se sorprendan por la cantidad (75).

-“Be with me”: a pesar de que se estrenó pasada mitad de año, yo la ubico al principio porque ése fue mi orden cronológico, ya que la vi en el Festival de Cine de Buenos Aires del 2006 y entonces es el primer estreno del 2007 que yo haya visto alguna vez. Una mezcla de historias, y para describirla citaré mis propias palabras de hace dos años. Por un lado, se cuenta la relación amorosa de dos amigas (gran parte de este segmento es mudo y está constituido por los mensajes de texto que se mandan las protagonistas). Por otro lado, la historia de un guardia de seguridad gordinflón que se enamora. En tercer lugar, un señor mayor que parece abatido y sin ningún interés por la vida. Nada fuera de lo común hasta ahora. El cuarto componente del film era la historia de una vieja ciega y sorda, que, extrañamente, está basada en una historia real: la mujer que vemos en pantalla se interpreta a sí misma. Y parte de este segmento es básicamente documental: en pantalla se lee la biografía que ella escribió mientras se ven escenas de su vida. No es raro que exista un documental así, lo raro es la mezcla de historias ficticias y documental del film. Al final, por supuesto, las historias se unen. No es ni por lejos la obra maestra que muchos decían, pero alcanza los 6 Aires.

-“El laberinto del fauno”: en medio de sus incursiones hollywoodenses, Guillermo del Toro vuelve al cine en castellano y entrega una obra con un estilo similar al de “El espinazo del diablo”. Y ésta también trata sobre cómo los niños se defienden del mundo de los adultos en tiempos de guerra. La imaginación del mexicano sigue dando buenos frutos, quizás hay más truculencia de la debida, pero se perdona fácilmente por lo llevadero del relato (un “horroroso cuento de hadas”), y hay que decir que el film tiene uno de los momentos más terroríficos del año. Ese monstruo sin ojos… brrr. 8 Aires.

-“Eragon”: a partir de “El señor de los anillos” se pusieron de moda las películas ambientadas en mundos de fantasía, con hechiceros, dragones, profecías y etcéteras. A veces las cosas salen medianamente aceptables, como en “Las crónicas de Narnia”, y a veces sale una mezcolanza espantosa, como aquí. El protagonista de “Eragon” no tiene carisma, la historia no atrapa, los actores prestigiosos (John Malkovich, Robert Carlyle, Jeremy Irons) no logran aportar mucho, y está Djimon Hounsu, que, como tantas otras veces, parece un decorado de Hollywood para mostrar que ponen actores negros en roles importantes. Lo único bueno son los efectos especiales, que, sorprendentemente, no parecen tan evidentemente digitales como en algunas partes de “La crónica de Narnia”. Pero, como ya se dijo, eso no alcanza: 4 Aires.

-“El grito 2”: ésta es la continuación de una remake yanqui de una de terror oriental, y forman un raro caso en el que todas están dirigidas por un mismo realizador. La anterior estaba a la altura del original, pero esta segunda parte decae bastante, aún sin llegar a ser mala. Sigue el molde de las otras: varias historias se alternan sin que el espectador entienda la relación espaciotemporal entre ellas, y en todas aparecen fantasmas y también una violencia ejercida entre seres humanos. A diferencia de la primera parte, en esta secuela los elementos parecen estar dispuestos para cumplir con los lugares comunes de este grupo de películas que forman el género del J-horror. 5 Aires.

-“Babel”: después de “Amores perros” (que todavía no vi), Alejandro González Iñárritu pasó a Hollywood con “21 gramos”, que repetía la estructura de “entrecruzamiento de varias historias, idas y venidas en el tiempo”. Ahora hace lo mismo por tercera vez, pero sus films son cada vez peores: “Babel” es, lisa y llanamente, una porquería enaltecida. Enaltecida por la crítica, lamentablemente, que ve aquí una descripción global de la incomunicación humana. Sí, pero parece que no vieron un film hecho para ganar premios internacionales, sin verdadera preocupación por los personajes y con un enorme mal gusto. La música de Gustavo Santaolalla es buena para escucharse por separado, pero en el contexto del film sólo agrega más solemnidad y aires pretenciosos. 3 Aires.

-“Deja vu”: volvió Tony Scott, un director que casi nunca se aparta de las películas de acción (“El último boy scout”, “Escape salvaje”, “Enemigo público”, “Hombre en llamas”) y que muchas veces logra hacerlas más interesantes que la media. Como aquí, por ejemplo. “Deja vu” es puro placer pochoclero, pero no placer culposo, porque no hay nada de qué avergonzarse si uno disfruta este film. Denzel Washington vuelve a poner su cara de policía honesto, lo secunda un bienvenido Val Kilmer, y la trama detectivesca se mezcla con elementos de la ciencia ficción. Como en todas las grandes películas sobre la posibilidad de relacionarse con otras líneas temporales, algo melancólico sobrevuela todo el relato. Ah, el auto con “cámara para ver el pasado” incorporada es un hallazgo, y permite una de las persecuciones más originales de los últimos tiempos. 8 Aires.

-“Una noche en el museo”: sólo por tener una entrada gratis accedí a ver este film en cine. De todos modos, fue una grata sorpresa: a Ben Stiller le cae como anillo al dedo este papel de un guardia de museo que descubre que todo cobra vida a la noche. El film no aprovecha mucho esa premisa que promete asombro, ya que nos acostumbramos rápidamente y todo apunta más a hacernos reír que a maravillarnos. Y, dentro de sus intenciones de films “para toda la familia pero principalmente para un público infantil”, la película se deja ver. Si hasta Robin Williams entrega una performance no sólo “bancable” (lo cual ya es mucho) sino elogiable… 6 Aires.

-“El descanso”: una comedia romántica que parece ser una glorificación de las comedias románticas promedio. O sea, sin la brillantez de “La boda de mi mejor amigo” o “Un diván en Nueva York”, pero con actuaciones carismáticas y algún que otro toque ingenioso. Se podría esperar algo más de un cuarteto conformado por Kate Winslet, Cameron Díaz, Jack Black y Jude Law, pero los queremos y los aceptamos igual (sobre todo a Winslet y Díaz). Algunos personajes relacionados con el mundo del cine parecen ser una excusa para que la directora despliegue ironías al respecto, pero esos momentos no son especialmente ingeniosos (de hecho, hacen que la película parezca decir “mírenme, soy inteligente”, cuando la inteligencia debería estar más en el guión y en el desarrollo de las relaciones entre los personajes). La Asociación Ponedora de Aires se debate entre el 5 y el 6; hoy estamos generosos y le ponemos 6 Aires.

-“Hollywoodland”: lamentablemente estaba muy cansado cuando vi este film, así que cabeceé algunas veces (pero por suerte fue otra de las entradas gratis que obtuve, así que mi bolsillo no lo lamenta). Aún así, creo que si el relato hubiese sido más apasionante, yo lo habría seguido con total atención. Es cierto que Ben Affleck entrega una buena actuación (raro, ¿no?) como el tipo que hacía de Superman en los viejos seriales, y también hay que agradecer que la investigación que Adrian Brody hace del crimen de ese actor no está resuelta de manera “explícita para bobos”, como suele hacer Hollywood. Pero repito que el film era pesado de ver, y eso deja como resultado 5 Aires.

-“Apocalypto”: luego de un film sobre Cristo hablado en arameo, el nuevo capricho directorial de Mel Gibson es un film sin estrellas hablado en maya. La sorpresa es que esta película resulta ser todo lo apasionante y grandiosa que no fue la anterior. Las dos horas y cuarto se pasan volando, mientras presenciamos la clásica odisea de un hombre común (digamos, un “ordinary maya”) que debe salvar su vida y la de su familia del asedio de los poderosos. Un cine físico y violento como hacía mucho que no se veía. Y era para ver en pantalla grande. 9 Aires.

-“Cartas desde Iwo Jima”: en pocos meses Clint Eastwood estrenó dos films sobre la batalla de Iwo Jima: “La conquista del honor” (que enfocaba la contienda y el después desde el lado yanqui) y “Cartas desde Iwo Jima”, un raro caso de conflicto bélico filmado por un norteamericano pero desde el punto de vista de los japoneses (incluso está hablada en japonés). Y el film alcanza la estatura y nobleza del general que interpreta Ken Watanabe. Violento, extenso y profundo (profundo de verdad, no como la falsa “Babel”), lo único que le puedo criticar es que las dos horas y veinte minutos se sienten. 9 Aires.

-“Soñadoras: Dreamgirls”: en el momento la disfruté, pero luego me rendí ante la evidencia de que esta película hace agua por muchos lados. La visión que ofrece de la cultura afroamericana en los Estados Unidos es bastante unidimensional, aunque se intente mostrar la diversidad de estilos que estos tipos fueron haciendo desde la década del 60… diversidad que no alcanza al rap, por supuesto. Y las canciones del film (o sea, las canciones creadas para el musical en que se basa el film) no son realmente grandes exponentes del rythm n’ blues o el soul. Si uno las compara con las verdaderas canciones que sonaban en esa época, éstas salen perdiendo. Admitamos que Jennifer Hudson canta muy bien, y que Beyoncé es muy linda. Y nada más. Ah, sí, Eddie Murphy hace una (buena) actuación atípica para su carrera. 4 Aires.

-“Diamante de sangre”: acá hay otra que se suponía que podía ser buenísima y terminó siendo un fiasco. Leonardo Di Caprio está bien como un “hombre recio/mercenario/al fin y al cabo, valiente y heroico” que podría ser la versión actual de un Robert Mitchum o un Clark Gable. Y Jennifer Connelly está hermosa como siempre, pero su papel no es muy creíble, y eso que ella siempre nos vende todo. Pero esta historia de violencia y tráfico de armas en Sierra Leona se apoya sólo en el carisma de sus protagonistas. A cada minuto alguien es acribillado (alguien “de fondo”, por supuesto, no los protagonistas), y la historia y los personajes siguen como si nada, como aceptando la normalidad de ese hecho. Más allá de eso, el film no llega a ser emocionante. 5 Aires.

-“Perfume: la historia de un asesino”: Tom Tykwer podría pertenecer a la categoría “director detestable por pretencioso” (recordemos “Corra, Lola, corre”, donde sólo había una idea y nada más). Y, en efecto, esta adaptación cinematográfica del clásico moderno “El perfume” tiene aspectos típicamente qualité que uno podría criticar a priori, además de una narración en off de John Hurt cuyo cinismo nos recuerda a la de “Dogville”. Sin embargo, todo funciona sorpresivamente bien, la narración es amena y atrapante, y la adaptación se hizo con imaginación y con criterios puramente cinematográficos (o sea, no se propusieron adaptar todo lo importante de la novela, sino que hicieron cambios donde quisieron). Claro que la sorpresa que llega cuando faltan pocos minutos para el final es algo que no todos aceptarán (yo sí, y muy gustoso). 7 Aires.

-“María Antonieta, la reina adolescente”: tres años después de “Perdidos en Tokyo”, Sofia Coppola vuelve a entregar una obra única. Es la historia de la famosa reina de Francia que fue decapitada, pero contada con una sensibilidad moderna y pop en vez de como un típico qualité. De todos modos, ese contraste entre historia antigua y visión moderna sólo sorprende al principio, porque enseguida uno se acostumbra (además, no sólo hay canciones pop, también hay música clásica). La niña Sofia logró su resultado: hacernos partícipe de esa mezcla de maravilla y posterior decepción de la reina. Y logró otro film bien personal. A muchos no les gustará, y yo no le daré 10, pero sí 8 Aires.

-“El buen pastor”: después de 13 años, Robert De Niro vuelve a dirigir una película, para la que se reservó un pequeño papel. La ambición del proyecto (contar la historia de la CIA desde el punto de vista de uno de sus protagonistas) no llegó a buen puerto: el film es laaaargo… e interesante, pero no lo suficientemente apasionante. Matt Damon hace lo que puede con el rol protagónico, y Angelina Jolie también zafa con su desdibujado papel. Sin embargo, a pesar de la extensa duración y el distanciamiento con los personajes, cuando termina la película uno siente que vio algo bueno. La Asociación Ponedora de Aires se debate entre el 5 y el 6; hoy estamos amarretes y le ponemos 5 Aires.

-“La reina”: la mítica Helen Mirren ganó finalmente el oscar por hacer de la reina Isabel y mostrarnos su escondida humanidad en la semana que siguió a la muerte de Lady Di, cuando todos esperaban que ella hiciese alguna declaración. La interacción con su familia, su vida cotidiana y su relación con Tony Blair son de lo más jugosas, aunque hay que decir que Blair queda muy bien parado (quizás es por eso que hay una escena donde ella le advierte que algún día él también se enfrentará al descontento de la población, para que veamos que los creadores del film eran conscientes de la situación actual). Otra rareza del inclasificable Stephen Frears (“Alta fidelidad”, “Relaciones peligrosas”, “Héroe accidental”, “Ropa limpia, negocios sucios”, “El secreto de Mary Reilly”). 7 Aires.

-“Más extraño que la ficción”: ésta se perfilaba como “la” comedia inteligente del año, como en otras ocasiones lo fueron “¿Quieres ser John Malkovich?”, “El ladrón de orquídeas” y “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”. Acá estaban Will Ferrell, Emma Thompson, Maggie Gyllenhaal y Dustin Hoffman, un cuarteto soñado para contar una de esas historias bizarras con protagonistas cuasifreaks pero muy queribles. El resultado no llega a las altas expectativas creadas de antemano, pero aún así logra ser un film disfrutable que uno no puede dejar de ver con una sonrisa en la cara. 7 Aires.

-“Ghost Rider, el vengador fantasma”: el director de “Daredevil” (que no era buena, pero tampoco una bazofia) vuelve a adaptar un comic a la pantalla grande, y esta vez las cosas salieron mucho peor. No hay prácticamente nada bueno en este film; a pesar de las ganas que le ponga Nicolas Cage, todo el asunto parece estar guionado y dirigido como una berretada, y no en el buen sentido. Hasta los efectos especiales son malos, y la película no puede disfrutarse como si uno fuera un chico, porque… bueno, porque eso sólo es posible con buenas películas, como “Superman” (por nombrar una vieja) o “Ratatouille” (por nombrar una que se estrenó este año). A esta truchada sin sentido le doy 3 Aires.

-“Crank, veneno en la sangre”: luego de la saga “El transportador”, sigue la buena racha del nuevo rey de los films de acción, Jason Statham (alguien con más carisma para hacer de rudo que, pongamos, un Stallone o un Schwarzenegger). Aquí hace de un asesino al que le inyectan una droga que lo mata si baja su ritmo cardíaco, con lo cual el tipo debe mantenerse siempre “up” si quiere encontrar a sus enemigos, y para mantenerse así usa los medios más insólitos, empezando por drogas, sexo y violencia. Más que las escenas de acción, lo que verdaderamente sorprende y se disfruta de esta película es su desfachatez e incorrección política, que la hacen muy necesaria. 8 Aires.

-“300”: hace tres años me quedé maravillado con Zack Snyder y su film “El amanecer de los muertos”, remake del clásico de terror de George Romero. Los proyectos futuros de Snyder serían esperados con ansias, y este año nos entregó esta adaptación de un comic de Frank Miller sobre la batalla de las Termópilas, donde 300 espartanos se enfrentaron a cientos de miles de persas. Acá estamos en presencia de un raro caso donde el director quizás haya querido glorificar el ejército y el nacionalismo pero su obra logró ser más que esa cuestionable intención. ¿Por qué? Porque logra mantener el espíritu cínico y exagerado de la historieta: todos los momentos y parlamentos que glorifican la valentía y el honor son tan exacerbados (y a veces con un timing tan humorístico) que es imposible no pensarlos con otro sentido más allá del literal. Ideologías aparte, los fans del comic veneraron la fidelidad del film a las imágenes de la historieta, pero, por supuesto, eso no es un valor en sí mismo; lo destacable es que haciendo eso el film resulta una experiencia estética asombrosa. 8 Aires.

-“El culto siniestro”: el film más extraño para la filmografía de Neil LaBute (director que se especializa en historias urbanas de tinte “independiente”, como “En compañía de los hombres”, “Tus amigos y vecinos” y “Nurse Betty”), esta remake de un clásico de culto del cine de terror de los 70s recibió muy malas críticas, pero creo que exageraron un poco. Para investigar un secuestro, Nicolas Cage se adentra en un pueblo donde la voz mandante la tienen las mujeres. Ese punto de partida deriva en una segunda mitad donde los personajes tienen comportamientos muy extraños, casi lisérgicos, y los sucesos nos hacen pensar que todo sucede en la cabeza del protagonista (véanlo a Cage correr por un bosque disfrazado de oso…). Quizás por ese delirio el film no tuvo éxito, pero es justo eso lo que lo salva del desinterés y lo eleva a los 4 Aires.

-“El número 23”: doce años después de “Batman eternamente”, Jim Carrey y el director Joel Schumacher se vuelven a juntar, esta vez para un proyecto más sombrío: es la historia de un tipo que empieza a ver el número 23 en todas partes. Con un planteo interesante, el film se pierde por su forzada estética dark. La trama es un poco tirada de los pelos, pero eso no importa, el verdadero problema es que nunca llega a atrapar demasiado. Y no le echen la culpa a Jim Carrey. 4 Aires.

-“La familia del futuro”: este producto Disney se estrenó sólo en copias dobladas al castellano, pero, una vez más, no me molestó, porque conseguí entrada gratis. Y el doblaje no sólo no era insoportable sino que hasta era imaginativo y daba lugar a carcajadas sinceras de parte del público adulto. Como siempre en los últimos años, los films de los estudios Disney vencen a los de Dreamworks, porque son los que tienen no sólo chistes sino una verdadera historia contada con corazón, imaginación y pasión por la narración. Esta disparatada aventura de ciencia ficción tiene grandes personajes (como el villano) y momentos brillantes. Y el ritmo de alguien que sabe cómo contar una historia. 9 Aires.

-“Crímenes oscuros”: a pesar de que se estrenó a fin de año la incluyo acá porque la vi antes, durante el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires. Buena historia de fantasmas de Kiyoshi Kurosawa, con un policía investigando extraños crímenes y descubriéndose más involucrado de lo que debería. El director japonés sigue aunando talentosamente el terror de lo sobrenatural con la melancolía de lo cotidiano, y, por suerte, las cosas no están sobreexplicitadas en esta película. Aún así, no es ninguna obra maestra. 7 Aires.

-“Seduciendo a un extraño”: un thriller claramente malo. Lo único que la puede salvar es su posible consciencia de entretenimiento trash, pero ni aún así resulta todo lo entretenida que debería. Hale Berry está empeñada en saber quién mató a una vieja amiga, y para eso se infiltra en la empresa de Bruce Willis. Lamentablemente, Bruce Willis no está tanto tiempo en pantalla, y sí Berry, que es linda pero muchas veces sobreactúa mal, como aquí. Por suerte está Giovani Ribisi en una composición impecable como el amigo que la ayuda. Él se merece la poca gloria a la que pueda aspirar esta estupidez que sólo alcanza 4 Aires.

-“Arthur y los minimoys”: sí, suena infantil, y se estrenó doblada al castellano. Pero la dirigió Luc Besson, un francés que ha hecho algunas cosas ciertamente cuestionables (“El quinto elemento”, “Juana de Arco”) pero que siempre pone imaginación en lo que hace. Y acá volvió a la buena senda, porque esta aventurita que mezcla actores de carne y hueso y animación por computadora le salió redonda, uno de esos films que, como las buenas películas de Disney, pueden disfrutar tanto los chicos como los adultos. O al menos algunos adultos; varios rechazarán cualquier invitación a verla, pero yo aprecié el ritmo de la película, su estilo visual y el hecho de que el doblaje haya sido aceptable (aunque nos hayamos perdido las voces de Madonna, Robert de Niro, David Bowie, Harvey Keitel…). 7 Aires.

-“Las tortugas ninja”: sí, suena infantil, y se estrenó doblada al castellano (ya dije esto antes, ¿no?). Pero aún siendo un film de dibujos animados es menos infantil que las películas sobre estos personajes realizadas “con actores de carne y hueso” a comienzos de los 90s. Además yo era fanático de estos quelonios, y la animación permitía mostrar todo lo que los creadores quisieran. Una vez más, por culpa del doblaje nos perdimos de escuchar las voces de Laurence Fishburne, Patrick Stewart, Kevin Smith, Chris Evans y otros, pero la experiencia igual valió la pena. Una historia clásica de buenos y malos, aunque también se muestra que los buenos cometen errores teñidos por el egoísmo. Disfrutable, sin ser nada del otro mundo. 7 Aires.

-“Letra y música”: agradable comedia romántica (más comedia que romántica) sobre un ex astro de la música pop y su relación con una chica ajena al medio pero con talento para escribir canciones. Hugh Grant y Drew Barrymore son dos performers que pueden resultar irresistibles, lo único que necesitan es un buen guión. Eso está presente aquí, y tampoco faltan las esperables ironías sobre el mercado de la música. El conjunto logra un gran timing, la película llega a buen puerto y todos contentos, como suele suceder cuando una comedia romántica es buena. 8 Aires.

-“Sunshine, alerta solar”: como Spike Lee, Danny Boyle logra mejores resultados cuando dirige films “cuasihollywoodenses” que cuando hace sus films más independientes o personales (“Tumba al ras de la tierra”, “Trainspotting”, “Vidas sin reglas”). Eso sucedió con la gran “Exterminio” y vuelve a ocurrir con esta historia de ciencia ficción que tiene reminiscencias a “Alien”, “2001” y todo clásico del género “claustrofobia en el espacio” (su clima de desesperanza y terror recuerda sobre todo a la no tan lejana “Event Horizon”). Y como sucedía también en “Exterminio”, el elenco no tiene fisuras, desde el duro heroísmo de Chris Evans hasta el sufrido carisma de Cilian Murphy pasando por la sorpresiva aparición de Michelle Yeoh. Una aventura futurista que se vuelve terrorífica, y que apasiona gracias a un uso preciso del montaje, la fotografía y el sonido. Digna de ver en el cine. 8 Aires.

-“Paranoia”: otra de las sorpresas del año. Imaginen “La ventana indiscreta” pero ambientada en la hipertecnologizada época actual y con dos adolescentes como protagonistas en vez de James Stewart y Grace Kelly. No suena muy bien, pero la película tiene un ritmo muy adictivo y los protagonistas logran hacer todo creíble. De hecho, el pibe Shia LaBeouf se perfiló como la estrella joven del año gracias a este film. No es para tanto, pero tiene carisma. 7 Aires.

-“Los mensajeros”: los orientales hermanos Pang hicieron su primer hollywoodense, manteniendo las historias de fantasmas como su marca. El resultado no es todo lo bueno que uno podría pedir, es simplemente una modesta peliculita de terror que se deja ver pero que no es particularmente recomendable. 5 Aires.

-“El hombre araña 3”: una verdadera decepción. Las anteriores habían sido entretenidas y admirables, pero esta tercera parte parece haber sido realizada como un trámite, intentando meter todo lo que “se debía” meter por más que eso dañara la película como totalidad. El humor sigue siendo efectivo, pero: 1-Los efectos especiales, en vez de ser funcionales a la historia, se volvieron exhibicionistas y claramente falsos y feos, como en los peores momentos de la nueva trilogía de “Star Wars”. 2-Se le dedica mucho tiempo a uno de los villanos, con lo cual el otro recibe poco tiempo en pantalla para que su personaje se desarrolle. 3-En la segunda parte había un par de ocasiones en que al héroe se le salía la máscara al pelear, lo cual aportaba al dramatismo, pero en ésta sucede casi todo el tiempo, es decir, Tobey Maguire ya es una superestrella y eso hace que los productores deseen que su rostro esté en pantalla el mayor tiempo posible, aún en ocasiones donde no tiene ninguna justificación narrativa/dramática que el héroe pelee con la cara al descubierto. Todas estas críticas develan que es el film menos cuidado y menos personal de la saga, el más “hecho por encargo”. La salvedad: una secuencia en la que el héroe se vuelve “canchero” está filmada con un desparpajo y un humor freak propio del mejor Sam Raimi. Podría ser algo a celebrar, pero lamentablemente se nota tanto la diferencia entre esa parte y el resto del film que eso evidencia la poca homogeneidad que se logró. 4 Aires.

-“La antena”: siete años después de su mítico debut con “Picado fino”, Esteban Sapir vuelve con otro film experimental, en este caso una distopía sobre una sobre una sociedad donde no hay voces y los jerarcas de la televisión controlan todo. El film es mudo y en blanco y negro, y esas no son sus únicas rarezas, ya que la historia utiliza una variedad de recursos estilísticos y técnicos como no se veía desde hacía mucho (o quizás nunca) en el cine argentino. Lo que prima es la imaginación (y las arquetípicas sombras) del expresionismo alemán, lo cual es muy bienvenido, y el film se disfruta como un clásico cuento de hadas. 7 Aires.

-“El tiempo”: una de las películas de Kim Ki-duk que tuvieron un estreno en salas comerciales de por aquí, este bizarro drama me decepcionó un poquitín. Una mujer hipercelosa comete algunas locuras para convencerse del amor que le tiene su pareja. El director tiene imaginación, sí, pero su película no me “llegó” tanto. De todos modos, sigue siendo para destacar el hecho de que sus films se estrenen en Argentina. 7 Aires.

-“Zodíaco”: una de mis favoritas del año. Luego de “Pecados capitales”, el director David Fincher se había desbarrancado un poco con el supuesto ingenio de “Al filo de la muerte” y “El club de la pelea”, pero luego había vuelto al mejor cine (ese que no necesita sorpresas para ser bueno) con “La habitación del pánico”. Y aquí se supera: basada en hechos reales, “Zodíaco” cuenta la búsqueda de un asesino serial en la USA de los 70s, pero es más que nada un retrato de época, de personajes y de obsesiones. A partir de la música (con ese imaginativo uso del tema de Donovan “Hurdy gurdy man”), la fotografía, el vestuario, la dirección de actores y un ritmo perfecto, la película logra una sensación de veracidad o, lo que es lo mismo, un perfecto feeling setentista. El trío protagónico está impecable, sobresaliendo, cuándo no, Robert Downey Jr. 9 Aires, por no decir 10.

-“Mr. Brooks”: el regreso de Kevin Costner y el regreso de Demi Moore, juntos por primera vez en un producto atípico. Costner es el Mr. Brooks del título, un cuasiperfecto hombre de familia que es, en secreto, un asesino serial. Demi Moore es la policía obsesionada con encontrarlo, y William Hurt encarna a la mitad “malévola” del protagonista, esa parte oculta que lo insta a seguir matando porque sí. Sin llegar a ser un film fuera de serie, este thriller es muy interesante, sobre todo por su violencia seca (nada común en el Hollywood de hoy) y el final, bastante abierto, por cierto. 6 Aires.

-“Piratas del Caribe: en el fin del mundo”: la primera había sido realmente genial, la segunda un poco cansadora (y se había extendido hasta las dos horas y media), y este cierre llega a durar ¡casi tres horas! Sin embargo, increíblemente, se mantiene interesante durante todo su metraje, con algo (no todo) de la frescura que tenía aquella primera parte. Por supuesto, todo es enorme, no sólo la duración del film sino los escenarios, los extras, los efectos especiales y todos los etcéteras imaginables. Eso no siempre da un buen resultado, pero al menos no se fueron al tacho como con el cierre de la trilogía Matrix. 6 Aires.

-“El duelo”: una de acción oriental basada en hechos reales, humilde y ambiciosa al mismo tiempo. Jet Li hace de un mítico maestro de artes marciales de comienzos del siglo XX que alcanza la fama al mismo tiempo que sobrelleva tragedias personales y la mirada desaprovadora de los poderosos que no están de acuerdo con su manera de enseñar el deporte. De narración clásica, este film parece sucumbir por momentos ante la solemnidad de la historia real que narra, pero por suerte no se desbarranca, y nunca baja de unos aceptables 7 Aires.

-“The host”: otro milagroso estreno que corría peligro de pasar directo a video y DVDs, esta película oriental combina aspectos de diversos géneros para narrar la odisea de un hombre y su familia que están resueltos a rescatar a su hija de las fauces de un monstruo nacido y criado en las entrañas de un río radiactivo. Si bien el argumento parece ser el de un film de ciencia ficción y acción, la película también tiene mucho de drama, de comedia y de crítica a las instituciones de Seúl. Esa mezcla de géneros está tan bien hecha que se siente como algo natural, y la película se disfruta como el blockbuster hollywoodense más tradicional, aunque sin ninguna de sus idioteces. 9 Aires.

-“Exterminio 2”: decían que esta secuela era mejor que la original de Danny Boyle, pero eso resultó falso. De todos modos, sí valía la pena verla, sobre todo en cine, como sucede en general con los buenos films de zombies. Como en la primera, hay aquí alguna que otra aparición de actores ingleses famosos (como Robert Carlyle, que está bien aprovechado), mucha tensión y un par de escenas realmente imaginativas. 7 Aires.

-“Shrek Tercero”: esta saga ya llegó a cansar. Aclaro de entrada que ni siquiera la primera parte me había parecido tan brillante como a todo el mundo (sólo 7 Aires), ya que, si bien era uno de los mejores films animados de Dreamworks, no llegaba (como ninguno de ellos) a la brillantez y verdadero interés por la narración y los personajes que demuestran las películas de los estudios Disney y los estudios Pixar. En esta tercera parte de la historia del ogro bueno sigue habiendo chistes graciosos, pero eso nunca es suficiente para hacer una buena película, y encima no son tantos. Increíblemente, la crítica en general opinó lo mismo que yo. 5 Aires.

-“La maldición de la flor dorada”: desde hace unos años, el antes director “de qualité” Zhang Yimou viene haciendo films de artes marciales mezclados con un trasfondo de época: “Héroe”, “La casa de las dagas voladoras” y ahora “La maldición de la flor dorada”, la más ambiciosa en cuanto a estrellas, ya que cuenta con el protagónico de Chow Yun-Fat y Gong Li. Como en las anteriores, las escenas de acción tienen todo el brillo estético que uno pueda imaginar, sólo que esta vez no se trata tanto de artes marciales sino de batallas entre ejércitos. Y en cuanto al resto del film, se suplanta un poco el comentario político a favor de una historia telenovelesca, lo cual da como resultado un melodrama bien grasa, pero, como corresponde a muchos productos grasa, bastante disfrutable. De todos modos, no llega a ser gran cosa y se queda en 5 Aires.

-“Los 4 Fantásticos y Silver Surfer”: de las películas de superhéroes de los últimos años, “Los 4 Fantásticos” había sido la más liviana y menos ambiciosa. No tenía, por lo tanto, las solemnidades innecesarias de los peores momentos de la saga “Spider-Man” pero tampoco el rigor narrativo y estético de las dos “X-Men” dirigidas por el gran Bryan Singer. Con esta secuela sucede lo mismo, aunque es ligeramente mejor que la original. De hecho, hasta se hace un poco corta. Lo malo sigue siendo que no hay mucho más que escenas de acción y chistes, con lo cual se sigue sintiendo como un film más para chicos que “para todo tipo de público”. 6 Aires.

-“Ratatouille”: aún con el antecedente de “El gigante de hierro” y “Los Increíbles”, esta película de Brad Bird fue otra de las sorpresas del año. Es imposible no sentirse feliz al ver esta genialidad de los estudios Disney/Pixar. La crítica dijo que la rata que sueña con ser chef es uno de los personajes del año, pero no lo es menos su compañero humano, el mejor loser atolondrado que hemos visto en cine en mucho tiempo. El humor del film tiene un ritmo digno de las mejores screwball comedies, y en ciertos momentos hasta se ríe de la idea que los yanquis tienen formada de los franceses. El final expone una apreciación sobre la crítica a la que hay que prestar atención. Y, por supuesto, la animación es técnica y artísticamente increíble. 10 Aires, de lo mejor del año.

-“XXY”: uno de los estrenos argentinos más esperados del año fue el debut de la hija de Luis Puenzo, y maravilló a gran parte de la crítica con su historia de una chica/chico hermafrodita a quien la sociedad le pide, sin palabras, que elija con qué sexo encarará el resto de su vida. Si bien admito que el film tiene varios aciertos (empezando por las actuaciones de Inés Efrón, Martín Piroyanksi y Ricardo Darín, quien parece actuar siempre perfecto no importa el film en el que esté), la historia cae en el amarillismo cinematográfico en algunos momentos. Y la elogiada actuación de Valeria Bertuccelli no me pareció nada especial, aunque no sabría decir si es por ella o por cómo estaba desarrollado el personaje desde el guión mismo. 5 Aires.

-“El contrato”: en muchas ciudades de USA, esta película fue directo a DVD, y donde se estrenó, no tuvo buena crítica. Pero los responsables de eso están equivocados: este thriller de estructura típica y narración clásica es muy bueno. No hay sorpresas, pero el devenir de los personajes se sigue con interés por el buen ritmo de la propuesta (y su buen uso del montaje, los diálogos y los paisajes). John Cusack hace una excursión por los bosques con su hijo, y se encuentra al criminal Morgan Freeman escapando de la justicia. De ahí en adelante, suspenso y aventura al por mayor. 7 Aires.

-“Transformers”: ya sé que era de Michael Bay (“Armaggedon”, “Pearl Harbor”, “Bad boys”), pero la producía Steven Spielberg y la cola no se veía tan mala… Pero bueno, una vez más el señor Bay nos hizo perder el tiempo y el dinero desaprovechando actores, efectos especiales y premisas argumentales interesantes. En el encuentro entre el antihéroe humano y los robots de otro planeta hay cierto espíritu juguetón medianamente disfrutable (seguro que Spielberg metió mano ahí), pero, como siempre en Bay, la segunda mitad del film deriva en una glorificación de la milicia yanqui, una sucesión de escenas de acción filmadas sin ningún sentido del ritmo y la emoción, y el típico mix totalmente falso y errado de la música y la cámara lenta que quiere provocar solemnidad (¡!) en medio de explosiones. Encima a los robots les hicieron tantos detalles y curvas que uno no logra distinguir qué es una boca, qué es un ojo y qué es una nariz, por lo cual no se entiende nada en las peleas. 4 Aires.

-“Borat”: no la vi en cine, pero la vi, así que es un “estreno comercial del 2006 que vi” y, por lo tanto, entra en esta lista. Y menos mal que no pagué para verla en pantalla grande: es increíble que esta película haya recibido alguna buena crítica y que sea considerada por muchos como una de las mejores comedias de los últimos años. Es increíble porque es, sin temor a exagerar, la peor película del año. Si el protagonista y creador del personaje considera que logró una crítica a los Estados Unidos, debería ver más cine. Hay uno o dos momentos que dejan ver algo de la idiotez de Norteamérica, pero la mayor parte del film consiste en escenas donde el tipo no logra comunicarse con los habitantes de USA por diferencias lingüísticas y sociales, y eso de por sí no resulta profundo ni crítico (de hecho, sólo lo hace quedar como un verdadero idiota a él, ya que, a pesar de que pueda entenderse como una intención de mostrar a los yanquis según la visión de un outsider, el resultado es que sólo nos sorprendemos por la inadaptación social del tipo y la abundante escatología que brinda el film). Encima la promoción de la película destacaba el hecho de que los entrevistados no actúan, sino que realmente creían que estaban siendo entrevistados por un periodista de Kazajstán… lo cual es obviamente falso (quizás en algunos momentos sea cierto, pero hay muchísimas escenas en donde todos los diálogos están evidentemente guionados). Y si dejamos de lado los “análisis” e intentamos simplemente dejarnos llevar por el humor, nos encontramos con que los chistes no son graciosos. Por si fuera poco, esta bazofia se hace larguísima aún cuando dura sólo ¡una hora y cuarto! El peor insulto a la inteligencia estrenado en mucho tiempo. 1 Aire.

-“Harry Potter y la Orden del Fénix”: tratando de retomar un poco la maestría visual de la tercera parte y el ritmo “alocadamente mágico” que Alfonso Gómez Cuarón logró en aquella entrega, esta quinta película sobre el niño mago llega a ser la mejor después de aquella. Es decir, hace un uso responsable de la fotografía, el montaje y los efectos especiales (sobre todo en algunas partes admirables, como una en donde los alumnos hacen un examen bajo la rigurosa mirada de una odiosa directora y un gigantesco reloj de péndulo). Sólo se desbarranca un poco al final, al definirse todo un poco a las apuradas después del climático enfrentamiento entre Potter y su enemigo. Y, por supuesto, las imágenes nunca llegan a lo más profundo del subconsciente, como sí lo hacían en cada maravilloso segundo de la película de Cuarón. 7 Aires.

-“Los Simpsons: la película”: todos pensábamos que había dos posibilidades: que la película fuese tan brillante como su larga espera nos hizo suponer o que fuese tan decepcionante como lo fueron para muchos las últimas temporadas de la serie. Para algunos sucedió lo segundo, pero yo la considero una de esas obras cuasibrillantes que no lo parecen a simple vista (ni siquiera para los más acérrimos fans). Para empezar, los creadores ampliaron el espectro del film para que no sea sólo comprensible por los conocedores de cada ínfimo personaje de la serie. No; esta película no es “para ghettos” sino que es mejor que eso. Además, lograron un buen equilibrio entre el cinismo y lo popular-infantil de la serie: la historia tiene un argumento que puede seguir bastante bien un público infantojuvenil (un argumento con un clásico devenir de antihéroe, a diferencia de esas bizarreadas que fueron las últimas temporadas de la serie), pero al mismo tiempo el film mantiene la ironía constante y la mirada crítica hacia USA que caracterizó al programa de TV. Por último, la película no es un “greatest hits” de escenas graciosas que debieron unirse con un argumento: dura una hora y media pero no son “tres episodios”, sino que es una gran historia, es decir, los creadores se preocuparon por hacer una verdadera película, y eso también se nota en el aprovechamiento de la pantalla ancha y en el cuidado por la “dirección de fotografía” (si se la puede llamar así en un film animado). 8 Aires.

-“Hairspray”: como “Ratatouille”, este film es alegría absoluta. Nadie daba dos pesos por la versión del musical basado en la película de John Waters (!) con John Travolta haciendo el travestido papel (!) que había hecho Divine en el original y dirigida por el (i)rresponsable realizador de “Más barato por docena 2”, “Una intrusa en la familia” y “Niñera a prueba de balas” (!). Sin embargo, esta película destila amor por la música, por sus personajes y por la vida. Travolta está sorprendentemente bien, y lo mismo puede decirse de Christopher Walken, Michelle Pfeiffer y las jóvenes Amanda Baynes y Nikki Blonsky, como la gordita protagonista que se lleva la vida por delante a puro optimismo. ¡Good morning, Baltimore…! 8 Aires.

-“Ahora son 13”: tercera parte de la saga “La gran estafa”, esta película es la más lograda de las tres, aunque debo decir que las otras dos no me parecían malas como a mucha gente. Pero ésta es la que mejor logra esa mezcla de “star celebrity”, humor rápido, música lounge, ligereza sin culpa y olor a Las Vegas. Aquí se agrega Al Pacino como el antagonista a ser derrotado, pero lo mejor siguen siendo los diálogos cruzados entre George Clooney y Brad Pitt y el estilo “nouvelle vague” de Steven Soderbergh (que también puede dirigir desastres, pero no es este caso). 7 Aires.

-“Duro de matar 4.0”: otra pequeña sorpresa, ya que todos esperaban un desastre (sobre todo si el director es el mismo de las dos “Inframundo”). Empieza un poquitín lento, sin ningún auspicio de que será una gran película, pero poco a poco se vuelve grandiosa desde su espíritu de blockbuster chatarra, a fuerza de escenas de acción filmadas con talento (“¡You just killed a helicopter with a car!”), un constante enfrentamiento entre lo analógico y lo digital y el regreso de un personaje querible y singular. En efecto, cuando yo creía recordar que el John McClane de Bruce Willis era como cualquier otro de sus antihéroes, ahí vino esta película a recordarme que no, que John McClane no es “cualquier” tipo. La Asociación Ponedora de Aires no acepta centésimos, así que los 7,50 que le pondría se transforman en 8 Aires.

-“Bourne: el ultimátum”: el director Paul Greengrass viene haciendo películas brillantes en los últimos años: las historias reales y contadas con nervio de “Domingo sangriento” y “Vuelo 93” y la acción a puro ritmo de “La supremacía de Bourne” son ahora continuadas por esta tercera parte de la saga protagonizada por Matt Damon. Que sigue estilística y argumentalmente a la anterior, y fue alabada por muchos críticos y espectadores como la mejor película de acción de la historia. Quizás sea exagerado, pero anda cerca; como en todo buen film, es el conjunto lo que vale, y esta película es una montaña rusa de adrenalina que además entrega las inevitables críticas a las agencias secretas de USA y actuaciones sin desperdicio de Damon, Joan Allen, David Strathaim y Julia Stiles. Y, por supuesto, fabulosas escenas de acción: considero que la de Damon persiguiendo a un asesino por los techos de Marruecos y la pelea con la que termina esa parte conforman una de las mejores escenas de acción jamás hechas. 9 Aires.

-“Alex Rider: operación Stormbreaker”: sólo porque me dieron una entrada gratis me acerqué al cine a ver esta película (¡doblada!) sobre un adolescente que debe meterse en un mundo de espionaje al mejor estilo James Bond. A pesar de tener algunos elementos atractivos (Mickey Rourke y Andy Serkis como villanos, Alicia Silverstone como la niñera del protagonista), esta aventurita no alcanza alturas recordables. Si bien los creadores dejan en claro que usan las características del género con algo de ironía y autoconciencia, no llegan a hacer algo que se separe demasiado de una película de acción infantil. De todos modos, seguro que en inglés era más entretenida. 5 Aires.

-“La señal”: otro de los más esperados estrenos argentinos del año. Eduardo Mignona se murió, y el protagonista Ricardo Darín tomó las riendas de la dirección del film, ayudado por Martín Hodara. Lo que tiene de bueno este film noir ambientado en 1952 es que no es una obra exhibicionista de sus logros técnicos: el feeling de época está muy bien logrado, pero no te lo refriegan por la cara. El énfasis está puesto en los personajes y la trama, y ahí, si bien Darín y sobre todo Diego Peretti están muy bien, debo decir que el argumento me hizo cabecear algunas veces. Es cierto, yo estaba cansado, pero el motivo principal es que este film sólo alcanza alturas de “desapasionada corrección” en vez de una grandeza a la que podría haber aspirado. 6 Aires.

-“Imperio”: si alguien pensaba que David Lynch se había zarpado (ya sea en el buen sentido o en el malo) con la casi incomprensible “Mullholland Drive: el camino de los sueños”, con este nuevo opus tienen todos los motivos para amarlo o detestarlo. Con una duración de tres horas, hay que decir que la primera hora avanza de manera “entendible”: con un argumento y personajes identificables (aunque con las infaltables bizarreadas de Lynch). Ya en el segundo tercio, la cosa se desbanda haciéndose totalmente incomprensible, y ahí no me sirvió de nada tratar de entender lo que veía, sino que me convino mejor dejarme llevar por lo que transmitía cada escena. Lynch es un artista de sensaciones, al fin y al cabo. Lo sorprendente es que al final parece retomar algo del hilo argumental. La última media hora se convierte en algo de los más intenso, terrorífico y catártico que se haya visto, aunque uno no entienda nada. Los que la vimos recordaremos particularmente una recurrencia: la habitación donde se desarrolla la sitcom protagonizada por conejos vestidos como humanos, un segmento que se repite y provoca terror por su extrañeza y por la manera en que está iluminado y musicalizado. Ah, ¡y en la canción final aparecen varias actrices de películas anteriores de David Lynch, como un regalito sorpresa! Haciendo la aclaración de que esta película será odiada por mucha gente, le doy 10 Aires.

-“Black book”: después del desbarranco de “El hombre sin sombra”, Paul Verhoeven se tomó seis años y volvió a su Holanda natal para esta historia ambientada a fines de la Segunda Guerra Mundial sobre una judía de la resistencia que se infiltra en la Gestapo para sobrevivir y colaborar con la caída del régimen. Por lo visto, el tipo volvió a hacer buenas películas; ésta fue celebrada por toda la crítica, y lo sorprendente para mí fue que era un film muy ameno, con diálogos y situaciones atractivos hasta para un público adolescente. De hecho, el feeling era el de una aventura de espionaje cuyos diálogos podría guionar un chico de 10 años, y no digo esto como crítica, sino para destacar que el film apunta más a las emociones del género de intriga que a la descripción de los horrores de la guerra (aunque hay escenas duras, obviamente). Highlight: una barra de chocolate que le salva la vida a la protagonista de una manera sorpresiva. 8 Aires.

-“El vidente”: el director Lee Tamahori confirma que su única gran película es la de James Bond “Otro día para morir”. En esta adaptación de un relato de Philip Dick (y van…), Nicolas Cage tiene la habilidad de ver distintos futuros posibles en cada situación en que se encuentra. Eso lo ayuda para conquistar a la bella Jessica Biel, pero también hace que agencias gubernamentales le pidan su colaboración para evitar actos de terrorismo. El problema con este film es que parece no empezar nunca, y de repente termina. Y encima termina con una vuelta de guión totalmente arbitraria con respecto a lo que se vio anteriormente. 5 Aires.

-“Perseguidos por el pasado”: Pierce Brosnan y Liam Neeson en un western de pasta clásica. Hasta pasada la mitad del film, esta historia de perseguidor y perseguido es brillante en todo sentido, recordándonos por qué los westerns pueden ser grandes películas. Incluso se aplaude la decisión de demorar la información de por qué esos dos personajes se odian. Pasada la mitad, la experiencia toma un inesperado giro onírico que decepcionó a muchos. En este caso, las alusiones y metáforas son más comprensibles que las de, pongamos, David Lynch, pero aún así algunos espectadores fiacosos no las entendieron y simplemente consideraron que la película “se fue a la mierda”. Incluso a muchos de los que sí entendieron ese segmento final tampoco les gustó esa derivación, pero a mí me encantó tanto como el resto del film. 8 Aires.

-“Invasores”: la cuarta versión del relato “The body snatchers”, una historia de aliens que invaden a los humanos haciéndose pasar por ellos. Esta película fue vilipendiada por la crítica, pero no es mala. Sí admito que tiene una mezcla de flashbacks y flashworwards que son molestos y estéticamente innecesarios, pero en general el devenir narrativo está bien llevado, y la química entre Daniel Craig y Nicole Kidman funciona. Hasta me sorprendió que Nicole, de quien podría esperarse una actuación fría y distante, muestra un verdadero carisma de “yo contra el que venga”. 6 Aires.

-“Resident Evil 3: la extinción”: la tercera parte de una saga inspirada en un videojuego cuya primera parte no se estrenó en Argentina. Milla Jojovich es la heroína ideal en un futuro desolado y poblado de zombies: una hermosa mujer de armas tomar que encima tiene habilidades especiales porque su ADN fue modificado genéticamente. Aquí hay una saludable aceptación de la marihuana como algo normal, unas aceptables escenas de acción y una trama que logra mantener el interés si aceptamos todo el tiempo que es un film con espíritu clase B. Pero tampoco crean que es nada uau. 6 Aires.

-“Matar o morir”: Clive Owen como un matón cínico y desencantado que debe proteger a un bebé que todos quieren matar, Monica Bellucci como su amante, Paul Giamatti como villano, una sucesión de imaginativas escenas de acción (una en caída libre en paracaídas, otra en medio de una relación sexual, otra con el bebé en brazos, etc). Todo hacía suponer que ésta sería una grandiosa e irreverente película de acción al estilo “Crank, veneno en la sangre”. Pero no. Es amena, sí, pero no pasional. Algo falló en esas muy planeadas escenas de acción, y algo definitivamente falló con los personajes, ya que Owen y Giamatti no están tan jugosos como uno esperaría. Y Monica Bellucci directamente actúa muy mal en esta película. 5 Aires.

-“Stardust: el secreto de la estrella”: un cuento de hadas sin el bombardeo mediático de “Las crónicas de Narnia” o “La brújula dorada”. Lástima que la estrenaron doblada, pero aún así se aprecia el amor por la historia y el cuidado por contar un relato con una lógica interna que no parezca arbitraria. Michelle Pfeiffer se da el lujo de hacer de villana decrépita y Robert DeNiro hace de un pirata travesti (y, contra lo esperado, su papel resulta creíble y querible). Hay humor negro y espíritu de aventura de matiné, lo cual no es poco. 6 Aires.

-“Halloween, el comienzo”: la “Noche de brujas” original de John Carpenter es uno de los clásicos del cine que todavía no vi. Pero por lo que sé, esta remake de Rob Zombie le hace justicia: no es lo que podría parecer de antemano (una típica película de terror moderna con jóvenes carilindos sin talento siendo perseguidos por un asesino con música rock metal de fondo), sino que es una película con un perfecto feeling setentista, dicho esto como el mayor de los elogios. Por una vez en tantos años, Malcolm McDowell está muy bien en el papel del psicólogo que hacía Donald Pleasence en la original, y los desconocidos del resto del reparto también cumplen dignamente. Y la película genera verdadero terror, no sólo por los crímenes del psicópata asesino sino por el clima tensionante que logra. Una pequeña joya que no tuvo toda la buena crítica que merecía. 9 Aires.

-“Supercool”: tres adolescentes hacen todo lo posible por conseguir alcohol para poder ganarse a sus mujeres soñadas en una típica fiesta que tendrá lugar por la noche. La odisea de cómo llegan a esa noche y lo que sucede esa noche en la fiesta son los núcleos centrales de esta comedia que inmediatamente pasó a ser considerado un film de culto. Y está justificado: las risas vienen de todos lados y el retrato de personajes (y de época) es perfecto, más allá de si existen realmente personas tan singulares como Seth, Evan y Fogell. Encima, cerca del final hay una sorprendentemente explícita declaración de amistad que se lleva las palmas. 8 Aires.

-“La dalia negra”: cuatro años después de la indiscutible joya que fue “Mujer fatal”, mi admirado Brian DePalma vuelve a “su normalidad”, o sea, a hacer films con aspectos fallidos. De todos modos, cualquier película suya, por más fallida que sea, siempre será más interesante (y pasional, y definitoria de lo que es el cine) que la media. Éste es el caso: un film que lo devuelve al noir de época que cultivó en “Los intocables” mezclado con la investigación de un asesinato, todo inspirado por un hecho real y basado en una novela del autor de “Los Ángeles al desnudo”. Los soberbios planos secuencia están aquí, también los ralentis, las subjetivas, la música “a lo Hollywood del ayer”, los montajes virtuosos, en fin, todo lo que hace único a De Palma. Sólo que esta vez el argumento avanza a toda velocidad y se hace un poco moroso e incomprensible de a ratos. Además, muchos objetarán a Josh Hartenett en el rol principal, pero yo creo que él, Aaron Eckhart, Scarlett Johansen y Hilary Sawnk conforman un perfecto “cuarteto protagónico grasa” digno de la filmografía de DePalma, que con este film no alcanza la perfección de otras de sus obras pero sí llega a los 8 Aires.

-“Susurros de terror”: un típico film de suspenso y terror de clase B sin mucho aspaviento, realizado para sacar tajada de la popularidad que ganó Josh Halloway por la serie “Lost”. Pero la cosa resulta hecha con más profesionalismo y dignidad que lo que uno podría sospechar. Queda claro casi desde el principio que estamos frente a una suerte de variación de “La profecía”, con un niño de poderes maléficos que en este caso es secuestrado y atormenta a sus captores. Nada del otro mundo, pero pasable (lo cual tampoco es mucho). 5 Aires.

-“El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”: en mi opinión, el mejor estreno comercial del año. El director Andrew Dominik logra lo mejor de cada actuación, desde el sorprendente (y amenazantemente terrorífico de a ratos) Brad Pitt hasta el aparentemente bueno-para-nada Casey Affleck. Todos los actores de reparto también brillan, y el film se toma su merecido tiempo para narrar la historia (o historias) de dos hombres, sus vidas y sus obsesiones. Por otra parte, como sucedía con, por ejemplo, “8 y medio”, “Los imperdonables” y “Magnolia”, esta película no sólo es excelente sino que se constituye en un arte poética sobre las posibilidades narrativas y sensoriales del cine. Además, como en “Los imperdonables”, el film es una mezcla perfecta entre mitificación y desmitificación del western. Cada segundo de esta película es una maravilla. 10 Aires.

-“Bee movie”: otra animada de Dreamworks que no muestra la imaginación y el empeño de los films de Disney pero al menos es bastante más llevadera y fresca que otras de Dreamworks como “El espantatiburones”, “Madagascar”, “Vecinos invasores” o “Shrek Tercero”. Aquí Jerry Seinfeld hace la voz de una abeja que sale de su panal a “descubrir el mundo” y entabla una relación de amistad / amor platónico con una humana tan alocada como él. Y eso es lo bueno del film: que se vuelve cada vez más desquiciado en su trama y su ritmo. Por eso se disfruta, y no por la “construcción de un mundo paralelo y parecido al de los humanos”, cosa que ya vimos en “Antz” y otras similares y además no es algo que haya que aplaudir particularmente. 6 Aires.

-“Carretera al infierno”: remake de “Hitcher, el viajero”, aquella película de 1986 donde Rutger Hauer interpretaba a un asesino que hacía dedo en la ruta y se ensañaba especialmente con un muchacho cuya vida transformaba en un infierno. El villano en este caso es Sean Bean, especialista en hacer de malo (“Goldeneye”, “La leyenda del tesoro perdido”, “Ni una palabra”), pero aquí está más desquiciado y terrorífico que nunca. Él salva el film, ya que nos creemos su maldad, su enigmática e intensa personalidad y los “juegos” con los que quiere quebrar a sus víctimas. Hay gore, hay acción bien filmada, hay tensión, y pasada la mitad del film hay una escena particularmente impactante y no apta para impresionables. Sin llegar a las alturas del original, esta película araña unos dignos 6 Aires.

-“La brújula dorada”: como en los casos de “El señor de los anillos” y “Las crónicas de Narnia”, la intención aquí es adaptar a la pantalla una saga de novelas de fantasía. Para hacerlo hay que mantener un equilibrio entre: fidelidad al material original (que en realidad no es necesaria pero los fans la piden), libertad de decisiones y cambios que pueda querer intentar el director al adaptar la novela, y uso de los recursos cinematográficos necesarios para que lo quede no se sienta como una “sucesión de eventos descriptos en una novela” sino como una película que fluya como si hubiese “nacido orgánicamente como film”, y no novela adaptada. Lamentablemente, eso último no se logra aquí, porque todo se siente muy arbitrario, lo cual evidencia los orígenes literarios y la mala adaptación. Ya de por sí la voz en off explicativa que abre el film aporta más confusión que claridad y evidencia la falta de confianza en el poder narrativo del cine, que debería ser el que “muestre” cómo es ese mundo (en vez de que eso se nos tenga que explicar en palabras). Además, hay momentos donde la música está muy mal usada. Sólo se elevan las actuaciones (la niña protagonista tiene una buena presencia cinematográfica, y Nicole Kidman y Daniel Craig siguen teniendo el carisma de siempre). Pero eso no salva al film de unos insulsos 4 Aires.

-“Beowulf”: yo tenía desconfianza, ya que Robert Zemeckis eligió para este film el mismo recurso de animación usado en “El expreso polar”: los movimientos de los actores fueron capturados por computadoras para dar vida a los personajes de esta saga nórdica sobre un guerrero que se enfrenta a varias generaciones de monstruos y dragones. La intención de crear personajes físicamente “realistas” da como resultado esos inexpresivos rostros que parecen todo menos humanos. Y encima, como los personajes tienen rostros iguales a los de los actores que les ponen voces (salvo el protagonista y el monstruo Grendel), uno se pregunta dónde está lo artístico de usar los movimientos de un actor para que su cuerpo sea reemplazado digitalmente por otro que es básicamente igual. Pero más allá de eso, la experiencia es bastante mejor y más interesante que en “El expreso polar”, porque al menos “Beowulf” tiene una violencia nunca vista en un film de animación mainstream, y la fotografía y los efectos especiales aprovechan bastante las posibilidades que da la animación. El monstruo Grendel, por ejemplo, es una joyita de personaje. Por supuesto, es posible que la película sólo se disfrute lo suficiente si se la ve en 3-D (cosa que era posible en el cine IMAX de las afueras de Buenos Aires), así que el balance general arroja como resultado unos 6 Aires.

-“Soy leyenda”: no la vi en el 2007 sino en el 2008, pero es un estreno del 2007, así que entra en la lista. Del director de la mediocre “Constantine” no se podía esperar mucho, pero esta adaptación de la clásica novela de Richard Matheson resulta algo mucho más digno y cuidado de lo que uno podría suponer de un producto hollywoodense. Un sobreviviente de un virus que parece haber acabado con toda la población del planeta vive sus días en una solitaria Nueva York, acompañado por un perro y asediado en las noches por seres humanos transformados en cuasivampiros por ese mismo virus. Las muy buenas escenas de terror no saturan, y no empañan el feeling de soledad que emana la performance de Will Smith (que por una vez no se muestra canchero). Los minutos finales no están a la altura del resto del film, pero eso no baja la calidad e intensidad de la experiencia. Mi escena favorita (sin contar nada importante): cuando el tipo queda colgado del pie por una trampa como las que hace él y debe liberarse antes de que se vaya el sol y entren en acción los perros infectados con el virus. La película está llena de momentos cinematográficamente hermosos como ése. 8 Aires.