Y finalmente se dio: en uno de sus esporádicos aterrizajes en Buenos Aires, los cordobeses de Los Cocineros llegaron al ND Ateneo (teatro mítico hoy en día si se habla de “nichos culturales cool”). Y desplegaron, cuándo no, un show con toda la onda y el encanto que los caracteriza.
Este servidor consiguió su entrada gracias a los generosos trámites de una amiga y co-fan a quien mantendremos en respetuoso anonimato (salvo que pida lo contrario), con quien además presencié el recital. Llegué al teatro después de unas cervezas compartidas con compañeros de trabajo, con un espíritu auspicioso para escuchar las divertidas y trágicas canciones de esta banda… que, sorpresivamente, comenzó el show con un riff que metió a todos en clima: el del comienzo de su hiperclásica “El arte culinario de amarte”. Con esa canción que en otras épocas reservaban para el final se metieron al público en el bolsillo, y fue un delicioso placer volver a escuchar frases como “Cocinando una cebolla descubrí una gran verdad: no sos el único motivo que me puede hacer llorar”. Y si de canciones míticas e infaltables hablamos, lo que siguió también fue un hit de su repertorio, la potente “Io cerco la Titina”, tema tradicional interpretado como una canzonetta napolitana que desata todo el poderío vocal e histriónico de la cantante Mara Santucho.
A continuación se coló un tema nuevo que yo no conocía y luego pasaron a otro cover: “Eres una flor, una estrella, la luz”, una cumbia hecha y derecha de Rey Pelusa. Después regresaron a otro de sus míticos hits (parece que decidieron no hacer esperar a los fans sus canciones más representativas): sí, el tango “Fumando espero” volvió a transformarse en una cumbia divertida y festiva que arrancó a muchos de sus butacas. Desde ese momento, a los costados de la platea no dejó de haber gente parada en ningún momento. La obligada seguidilla de temas de su último álbum incluyó “No te rías de mí” (cantada por el factótum masculino de la banda, Alfonso Barbieri), “Quién fue” (una de las pocas canciones de este disco que me llega a fascinar tanto como las anteriores joyas de su repertorio) y “Fácil frágil”, tema interpretado por la guitarrista, trompetista y corista Sol Pereyra. Desde mi juicio personal, los temas de este último álbum mantienen el espíritu y el estilo de la banda pero no se me hacen necesarios ni particularmente perdurables, como la mayoría de su repertorio previo. Por suerte, a continuación se mandaron con un clásico que yo nunca los había escuchado tocar en vivo, la grandiosa “Estación del olvido”. Y luego Alfonso Barbieri volvió a ser el protagonista para entonar, cada vez con más gracia y carisma, la infaltable “Flores y sandías”. De aquella época faltaron algunas imperdibles como “Mami” (de Chico Novarro) y “No te creo” (canción que nos daba la posibilidad de escuchar en vivo en un mismo tema la frase “Que se vayan todos” y el riff de guitarra de “Seven nation army” de los White Stripes), pero bueno, con cinco discos a cuestas ya es imposible que esta banda interprete todo lo que uno quisiera, o todo lo que uno considera los temas más recordados de su repertorio.
Volviendo a los temas de su último álbum, siguieron con “El miedo” (algo así como un soplo de aire fresco), “La bailarina” (algo así como un tema que yo podría calificar maliciosamente como “de relleno”) y “Cabeza de edificio” (algo así como un perfecto resumen del género “cumbia contaminada de otros géneros” que la banda cultiva tan bien, en este caso mechando en trompeta la melodía de “Love story” de Francis Lai). Luego, Sol Pereyra volvió a tomar la voz líder para el clásico y bienvenido “Mercurio”, y, “siguiendo con el resentimiento femenino” (Pereyra dixit) llegó el mejor tema del último álbum, el clásico instantáneo “Mejor que nunca” (sí, el de “Pasa por pasa y presentamelas…”), que en vivo sonó, efectivamente, mejor que nunca. Un tema obviable del nuevo disco (para mi gusto al menos) fue “El mundo”. Y cuando alguien pidió un tema del primer disco, el carismático bajista Fonsy Denaro respondió “Esta banda ha evolucionado y se ha ampliado… Hay temas que ya no hacemos”. Fue dicho en tono gracioso, pero la parte de verdad que había en esa afirmación parece indicar que ya no podremos volver a escuchar una despojada joya como “Cariño bonito”. Al menos nadie puede decir que esa ampliación de la banda (que comenzó como un trío acústico y hoy es un sexteto) no está bien aprovechada: la interpretación de cada canción usa de manera precisa los elementos disponibles, logrando una especial combinación de rock, bolero, cuartetazo, ranchera y música disco, muchas veces todo en un mismo tema.
Fin de la digresión. Luego del tema siguiente (“Amor de músico”, de Los Palmeras), la banda se despidió, aunque obviamente volvieron para unos bises, comenzando por otro de los nuevos clásicos, la graciosa y por momentos rapera “Requiem para Popi”. Y, claro, no podía faltar la “Ranchera del té”, otra genial contaminación musical que mezcla música mexicana y “El barbero de Sevilla”. En ese momento, gran parte del público estaba metida en el típico trencito humano que se forma casi siempre que suena esta canción en un recital de Los Cocineros. Finalmente, la banda se despidió con su versión “no solemne” del clásico folclórico argentino “Cuando llegue el alba”. Y ahí sí, se fueron, dejando a muchos con ganas de más. Habían pasado “sólo” una hora y cuarenta minutos, y uno, rememorando interminables shows en La Vaca Profana, deseaba un mínimo de dos horas, pero bueno… nadie se quejaba. Habían sonado veinte canciones, y una energía arrolladora que valía por mil horas.
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1 comment:
muy buena crónica ojala algún dia en mi vida pueda asistir a un recital de la banda y tienes razon con lo que decis de "mejor que nunca" en un mundo justo tendría q ser el numero uno de todas las radios :P
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