Tuesday, March 18, 2008

Crónicas desde Vélez Sarfield (Bob Dylan en Buenos Aires)

Sábado 16 de marzo de 2008, 20 horas, estadio de Vélez Sarfield. El telonero de la noche es León Gieco, según muchos el “Bob Dylan argentino”, aunque los que dicen eso parecerían basarse solamente en el hombre que cantaba canciones de protesta entre 1962 y 1965. Pero Dylan tuvo cuarenta años más de carrera; si quisieran poner en el escenario a un verdadero equivalente argentino deberían haber puesto a Andrés Calamaro, alguien mucho más dylaniano por sus canciones sobre amores torturados, sus repentinos autoexilios, sus rimas imaginativas, su voz destrozada y de inflexiones juguetonas al mismo tiempo y su rescate de la canción popular (sin que “popular” signifique sólo “folk”).
Pero bueno, estuvo Gieco, y no estuvo tan mal. Como homenaje a la canción latinoamericana interpretó buenas versiones (varias de ellas acompañado por la banda Aca Seca Trío) de “Como la cigarra” de María Elena Walsh, “Maturana” de Cuchi Leguizamón, “Los chacareros de Dragones” (un legendario tema propio dedicado a Víctor Jara), “Cuando llegue el alba” de Jorge Cafrune, “Zamba por vos” de Alfredo Zitarrosa, “A nuestros hijos” compuesta junto a Iván Lins, “Casamiento de negros” de Violeta Parra y “La guitarra”, letra inédita de Atahualpa Yupanqui que Gieco musicalizó luego de su muerte (al introducir este tema se mandó una fea, ya que dijo que era una suerte haber compuesto un tema con Yupanqui, y eso es lisa y llanamente falso; como lo que digo no es ninguna pavada, si alguien tiene datos que prueban que estoy equivocado, hágamelo saber). En el medio hizo subir a Gustavo Santaolalla: gran sorpresa (mi amigo Mr. Cínico, sentado al lado mío, dijo “Uau, el ganador del premio de la Academia”). Juntos rememoraron la época del proyecto “De Ushuaia a La Quiaca” interpretando la bella “Canto en la rama”, una de esas canciones tradicionales recopiladas por Leda Valladares. Finalmente, Gieco entonó a capella “Cinco siglos igual”, que se grabaría para un CD a beneficio de las Madres de Plaza de Mayo, al igual que la siguiente canción: “La memoria”. El guiño fue que esta última la interpretó con un feeling muy “The freewhelin’ Bob Dylan”, o sea, con armónica, guitarra y un ritmo veloz, distinto al de la versión original y más similar al que nuestro visitante ilustre usaba en los 60s para hacer sus canciones de protesta. El público había recibido unos volantes con la letra de estas canciones, acompañadas por un texto “cuasisurrealista a lo Dylan” escrito por Gieco, con muchas faltas de ortografía (que quizás no eran de él sino del transcriptor). Finalmente, Gieco dijo algo así como que se tenía que ir yendo, pero que no podía desaprovechar el hecho de que dos grandes amigos estuvieran allí, y subieron al escenario Gustavo Santaolalla y Charly García. Muchos temimos por el comportamiento de Charly, pero éste dijo “Todo por Bobby…” y quedó claro que el “todo” incluía portarse bien. Sonó el inconfundible comienzo de “Pensar en nada” y el trío mítico jugó a ser un trío mítico teloneando a un artista mítico. Para despedirse hicieron la obvia: “El fantasma de Canterville”, que Charly compuso para que la cantara Gieco como parte del grupo Porsuigieco. Y chau teloneros.
Pasados cinco minutos de las 21:30 se apagaron las luces y sonó la voz grabada de un locutor cuasicircense que ampulosamente presentaba al Artista terminando con las ya míticas palabras: “Ladies and gentlemen - Columbia recording artist Bob Dylan”. Y salió nomás el Hombre de Negro con su Sombrero y sus Secuaces a tomar por asalto la noche. Los que estábamos sentados nos paramos aplaudiendo, por supuesto, y a continuación sonaron unos inconfundibles (para mí) golpes de batería: “PAPA PA-PAM PA-PAM…” y yo casi muero de emoción: era el comienzo exacto de “Blonde on blonde”, el primer disco de Dylan que poseí y escuché en mi vida. “¡¡¡Rainy day women 12 & 35!!!” le grité a Mr. Cínico, y sí, era esa nomás, con esas lúdicas notas circenses transformadas aquí en puro rock. Y por fin pudimos cantar con Dylan eso de “Everybody must get stoned”. Bueno, cantar es un decir: cuando Dylan quiere, entona como cualquier mortal, pero la mayor parte del tiempo no quiere, sino que hace una mezcla entre un canto “normal”, un recitado que se rastrea fácilmente en sus últimos discos y un fraseo imprevisible que hace que uno nunca sepa cómo va a interpretar cada canción.
De ahí en adelante, cada vez que la banda empezaba un nuevo tema, Mr. Cínico y yo tratábamos de resolver lo más rápido posible el enigma lostiano de comprender de qué canción se trataba, ya que sabíamos que en vivo Dylan deforma los temas haciéndolos casi irreconocibles (mucha gente sólo los reconoce al escuchar el primer verso, y otros sólo al llegar el estribillo). Debo decir que, salvo en dos casos en que no conocía tanto la canción en cuestión, no me resultó difícil reconocer los temas: siempre había cierta instrumentación, arreglos, cadencia o estructura reconocible para aquel que recordaba las versiones originales, de manera que resultaba claro de qué canción se trataba. Al menos para mí, que la mayoría de las veces me adelanté a Mr. Cínico: “¡Lay lady lay!” le grité al empezar el segundo tema, emocionado e intrigado porque nadie más parecía haberse dado cuenta. Pero luego cayeron, y todos nos preguntábamos felizmente cómo era posible que dos canciones tan míticas fueran los primeros temas del show, ya que habíamos ido resignados a escuchar cosas menos conocidas. Algo así sucedió a continuación: sonó “Watching the river flow” pero, aunque quizás muchos no la conocían, nadie se quejó, porque la entrega de Dylan y el poderío de la banda suplían cualquier posible desinterés que pudiese surgir. Esa banda era sublime; no puedo destacar el desempeño de ninguno en particular por sobre los demás, pero debo decir que el baterista era quizás el que más se lucía. Y cuando había algún solo de guitarra, la gente siempre aplaudía, pero no por el virtuosismo (ya que ningún solo resultó lo que se dice virtuoso), sino por la simple belleza de la música.
A partir de ahí, Dylan dejó la guitarra que había estado tocando y se puso paradito al teclado (lugar que no abandonaría en toda la noche) para hacer otro clásico absoluto: “Masters of war”. A esa altura, me acostumbré a lo inesperado, a una noche llena de hits. Esta versión me gustó definitivamente más que la original, ya que, con toda la instrumentación y la voz gastada de Dylan, se hacía más patente el tono sombrío y apocalíptico del tema, que en su época supo defenestrar Joan Baez porque incluía frases como “Espero que ustedes se mueran” y según ella eso es algo que ni siquiera hay que desearles a los fabricantes de armas.
A continuación vinieron canciones más modernas, empezando por dos de su último disco: el rock “The leeve’s gonna break” y la plácida (y favorita en mi último ambiente de trabajo) “Spirit on the water”. Así es, pudimos escuchar en vivo frases como “I can’t go back to paradise no more, I killed a man back there…”. Y pudimos escuchar a Dylan en armónica, algo mítico y hermoso que se repetiría durante toda la noche. Luego vino una favorita personal de Mr. Cínico (quizás por eso él la reconoció antes que nadie): “Things have changed”, compuesta para la brillante comedia de Curtis Hanson “Wonderboys” (estrenada aquí como “Fin de semana de locos”). Pero, en una noche llena de emociones, esa interpretación nos resultó la menos interesante. Como dato curioso, el Oscar ganado por ese tema reposaba sobre uno de los parlantes, aunque no me percaté en el momento sino que lo leí en otras críticas. Después Dylan volvió a su último álbum para hacer “Workingman’s blues 2”: sorpresivamente, fue muy ovacionada por el público, que aplaudía al finalizar cada estrofa (no es un superhit, así que sólo supongo que los emocionó la belleza de la canción en sí). Pero lo siguiente sí fue un superhit: empezó a sonar “My back pages” pero sin letra, solo instrumental, y cuando yo ya estaba por extrañar las figuras de los que lo habían acompañado a Dylan en esa gloriosa versión del recital por su trigésimo aniversario con la música (George Harrison, Tom Petty, Roger McGuinn, Eric Clapton y Neil Young), los músicos sacaron de la galera un famoso riff que transformó el tema en una versión IN-CRE-Í-BLE de “Just like a woman”. Como en todas las canciones coreadas por el público, resultaba gracioso escuchar cómo la gente entonaba el estribillo y Dylan recién cantaba cada verso después de que el público lo hiciera, a su particular ritmo. Como sea, ese tema fue de lo más aplaudido de la noche.
El tema siguiente fue “Honest with me”, otra muestra de sus últimos álbums, que fue seguida por la bella y lenta “When the deal goes down”. Y luego vino una DE-MO-LE-DO-RA versión de “Highway 61 revisited”, cuyo original nunca me gustó del todo debido a unos sonidos circenses que por suerte estaban ausentes en vivo. En esta canción, más que nunca en todo el show, la banda la rompió. Para contrarrestar tamaña energía, Dylan volvió a los lentos, esta vez con la bellísima “Nettie Moore”, otro punto alto de la noche. Era muy conmovedor escuchar cómo de repente el público empezó a hacer palmas siguiendo el ritmo reposado y marcial (nada “populero”) de la batería; esos sonidos retumbando en todo el estadio ponían la piel de gallina, igual que la canción, ideal para escuchar bajo esa luna que nos había acompañado desde muchas horas antes. Finalmente, llegó el turno de “Summer days”, último tema “actual” de la noche, ya que después sólo habría clásicos. Y el primero de esta última seguidilla fue “Like a rolling stone”. Una vez más, gran parte del público sólo reconoció la canción cuando Dylan entonó el famoso “Once upon a time you dressed so fine…”. Ahí sí, se pararon todos (en consecuencia, nosotros también), y el estribillo (“How does it feel…”) fue el más coreado de la noche.
Al finalizar esa joya, la banda se fue del escenario por un par de minutos mientras nosotros nos preguntábamos cuáles serían los dos bises elegidos para cerrar la noche (sabíamos que Dylan hace 17 temas por show). Y mi sorpresa al volver la banda y comenzar el siguiente tema fue similar a la del comienzo, ya que sonó otro clásico de “Blonde on blonde”: “Stuck inside of Mobile with the Memphis blues again”. Esta fue quizás la canción que más demoró en “cazar” el público, pero cuando se dieron cuenta, nadie pudo resistirse al “Oh… mama… can this really be the end…”. Para terminar, un rasguido guerrero de guitarra y un telón con un extraño símbolo anunciaron otro de los riffs más reconocibles (no sólo del repertorio de Dylan, sino de toda la historia de la música): el de “All along the watchtower”, otra demoledora versión que dejó extasiados a todos. Cuando Dylan terminó de decir “Outside in the distance a wildcat did growl, two riders were approaching, the wind began to howl…”, efectivamente, la banda se mandó un aullido instrumental para atesorar. Todo había terminado, y Dylan y sus Secuaces se juntaron para saludar al público (su pose era mítica, con un brazo arqueado como para un retrato antiguo). Y, según dicen los que estaban más cerca, Dylan miró a sus músicos y asintió, como diciendo “Sí, hagamos una más”. Y se vino el más famoso de sus himnos: “Blowin’ in the wind”, en versión bluseada. Cuando uno pensaría que él ya está viejo para una letra tan inocente, el tipo vuelve a incorporar esta necesaria canción a su repertorio regular. Y por eso podemos considerarnos afortunados: no sólo hizo 18 canciones en vez de sus usuales 17, sino que rompió la regla de no hacer “All along the watchtower” y “Blowin’ in the wind” las dos en un mismo show (generalmente, si hace una no hace la otra). Obviamente, esas cosas se piensan después; en el momento sólo captamos el dedo de Dylan que se levantaba hacia la gente haciendo el signo de “Está todo OK”, y supusimos que esa rara muestra de humanidad con su público significaba que le habíamos caído bien.
¿Y luego? Después de que la banda se fue, sólo restaba volver a casa. Más allá de nuestro gran recuerdo del show, Mr. Cínico sacó el dato curioso de que en una noche habíamos visto a dos ganadores del oscar sin haber visto ninguna película. Mi correspondiente dato curioso fue: “Dentro de una hora vamos a volver a vivir el horario en que Dylan cantó sus últimas canciones”. Así es, porque esa noche el reloj volvía a atrasarse: al dar las 12 de la noche, volvían a ser las 11. El día en que Dylan tocó en Buenos Aires fue tan especial que duró 25 horas.

23 comments:

Milu said...

Sin palabras, leyendo esto me haces acordar a todo lo que viví el sabado, es cierto fue tan especial que duro 25 hs, lejos más de lo que esperaba...
Que bueno y confortante es saber y leer que otra gente acompaña en el sentimiento Dylanesco.
increible y hermoso.

Anonymous said...

Muy buena nota loco. Coincido con muchos de los pasajes de tu crónica. Sobre todo tu apreciación sobre como sonaba la banda. Y comparte lo de la potente versión de "Highway 61 revisted".
Yo acompañe a mi viejo. A mi me gusta mucho Dylan pero lo cierto es que mi amor pot Bowie lo supera todo. Espero que el duque blanco vuelva por estos pagos asi puedo esrbir una crónica tan buena como la tuya.
Saludos y gracias por pasarte por el blog
FABIO (en nombre de puan-frances)

mechiz said...

wow!
a esto llamo una reseña llena de emoción!.
Ahora me siento muy chiquitita, pero tambien muy lejos de semejante adoración por Dylan.

un saludo!

Madi said...

Coincido con lo de Nettie Moore: fue estremecedor escuchar esas palmas espontáneas que bajaban desde la tribuna. Yo estaba en el VIP, y lo lógico sería que los que pagaron semejante cantidads de plata para estar ahí, tienen que ser fanáticos sí o sí. Sin embargo llegó a molestarme por momentos la frialdad. Las entradas las deben de haber luigado de arriba.

Te dejo un link a un video de youtube donde se ve perfectamente (gracias al pedazo de cámara del tipo que lo filmó) como mira a los músicos antes de hacer "Blowin' ..."

Un beso

http://youtube.com/watch?v=fDPo-589aIw

fedefer said...

Mirá vos. Buscando posts en blogspot sobre el recital de Dylan en Vélez llegué al tuyo, y al ver tu seudónimo me dí cuenta que hace poco hiciste un comentario en mi blog acerca del recital de The Police (reclamando por 'Tea In The Sahara'). ¿Casualidad o lógica?
Tu crónica está muy buena; yo no hice crónica pero sí revisión, te invito a leerla si querés...
Ah! Y leí las trece observaciones y concuerdo en todo (salvo en el álbum favorito). Al principio Dylan es una cosa impenetrable, pero cuando entrás ves algo tan vasto y tan gigante y tan iluminador que su obra se convierte en algo así como una vida paralela. Lo de la expresividad que decís es clave; es escuchar un tema de él, ponele 'Positively 4th Street', y es creerse cada palabra que dice. El flaco intimida.

Saludos.

santiago segura said...

Leí esto hace rato pero me colgué en comentar. Me sorprende que coincidamos en casi todo, incluso ambos destacamos el laburo del baterista. También me leí el post anterior y me encantó, está lleno de "razonamiento dylaniano".

Un abrazo, estás linkeado.

Cienfuegos said...

Excelente cronicaa! jaja gracias pr0o volver a hacerme recordar eoss momentos. Si es verdad, lei por ahi que habia gente que estaba como en otra, lo que pasa es que quizas es como dice magdalena en el comentario ams arriba, en mi caso yo estuve en la general, en la tribuna bien al fondo! por que abajo no veia nada, y ahi la gente estaba como loca.
Che gracias por apuntarme lo de los 18 temas, se me paso!

Vi en tu perfil que te gusta Neil Young, tuviste la suerte de verlo en el 2001 en el buenos aires Hot Fstival? Este recital de Dylan en sensaciones es comparable con ese.

Te dejo un saludo!!

Merrick said...

A todos: como dijeron varios, es genial saber que mucha gente acompaña en el sentimiento dylaniano...
Y sí, fui al recital que dio Neil Young acá en el 2001, fue tan espectacular como éste (y eso que sólo conocía cinco o seis de las canciones que tocó, pero igual era y soy muy fan).
Les recomiendo a todos a Pablo Dacal, argentino, a quien, como a Dylan, considero un verdadero "héroe de la canción" y que también logra algo único en cada recital a fuerza de pura pasión por la música.

P said...

Si decís que esto es un comentario, no estás capturando su esencia.

Si decís que esto no es un comentario, estás ignorando los hechos.

No se puede decir con palabras, y no se puede decir sin palabras.

Ahora, rápido, decíme qué es.

Anonymous said...

merrick: ¡espero alguna crónica tuya de alguna fecha del Personal Fest!

Sebastián

Anonymous said...
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