Si Lennon y Harrison vivieran y los Beatles se reunieran, sería un evento musical histórico, ¿no? Eso no podrá suceder, pero a lo largo de la historia ha habido varias reuniones de otras bandas míticas que se habían disuelto (y con esto me refiero a reuniones que mantienen a los miembros originales, como Cream, The Police o, en la Argentina, Serú Girán, Sui Géneris y Soda Stéreo). Pero nunca hubo una reunión de tres de estas bandas en una misma noche, en un mismo escenario... hasta ahora. Contra todo pronóstico, Luis Alberto Spinetta decidió hacer un recital que repasara oficialmente toda su carrera ofreciendo temas significativos de cada etapa y tocando con todos los integrantes de cada formación que integró. Esto significaba que en un único show podríamos cumplir el milagro de ver a Invisible, Pescado Rabioso y Almendra, tres grupos que entre fines de los 60s y fines de los 70s mostraron el vuelo poético del “Flaco” y la calidad musical de varios compañeros de ruta junto a los cuales formó una de las piedras fundacionales del mejor rock argentino.
Tan importante es este evento que se le dio la misma magnitud que el recital de algún prócer extranjero como Bob Dylan, esto es: cancha de Vélez, una mitad del campo ocupada por sillas para un público “vip” que debía pagar alrededor de 300 pesos, y la otra mitad, más alejada, ocupada por la plebe (que aún así debía pagar sus 100 pesos). Bueno, si Dylan tiene un equivalente argentino, ése es Spinetta (y no Calamaro, como yo sostenía el año pasado; Spinetta tiene una trayectoria cuya extensión, letras, variedad estilística y concesión mínima a los cánones radiales lo acercan más al gran Bob). En mi caso decidí ir a popular/campo, y ya sabía que por el horario tardío en que llegaría al estadio, estaría bastante atrás en el campo, así que me convendría ir a las tribunas populares, desde donde al menos vería el escenario y las pantallas (y tendría una visión más abarcativa del lugar). Por suerte no estaba solo en la empresa: una legendaria amiga a quien llamaremos Ludmila (sí, como el tema de Spinetta Jade) decidió acompañarme junto con su novio, a quien llamaremos Leon-O (sí, como el de los Thundercats).
Al llegar logré posicionarme en un lugar con buena vista y poder ver a Ludmila y Leon-O desde lejos, a quienes llamé por celular para guiarlos hacia mí (“Estoy saludándote más o menos en el centro, mirá más arriba y a tu derecha... ¡a tu izquierda no, a tu derecha!”). Y a las 21:55, casi una hora después de lo previsto, salió el Flaco, que, antes de comenzar con la música, leyó dos listas: una de músicos cuya ausencia lamentaba (lista que empezaba con mi admirado Pedro Aznar e incluía a Litto Nebbia y Rodolfo Mederos) y otra de compositores que no podría versionar durante la noche, ya que iban a sonar covers pero, por falta de tiempo, no todos los que él quisiera (los “no homenajeados” serían Moris, Calamaro, el Indio Solari y Hugo Fattoruso, “el genio más grande que dio el Río de la Plata” según Spinetta). Y, contra todas las modas, el recital propiamente dicho no empezó con ningún hit o tema mítico: lo que sonó fue “Mi elemento”, de su último álbum. Esta canción, seguida de “Tu vuelo al fin”, me reconfirmó que los temas de sus últimos discos me parecen un poco fríos en estudio pero más cálidos en concierto (para la segunda invitó a Baltasar Comotto, un “violero atómico” según sus palabras). Lo que siguió me mató: subió al escenario el tecladista Diego Rappoport, pianista que lo había acompañado en los 80s, para hacer “Ella también”, una de las gemas de “Kamikaze”. Era de esperar que sonara algo de éste, uno de mis dos discos favoritos del rock nacional, pero aún así la elección de este tema puntual fue una bienvenida sorpresa (lamentablemente, sería la única canción de ese álbum que tocaría en el recital: sacrilegio total, sobre todo cuanto existe algo tan necesario para la vida como “Barro tal vez”). Rappoport se quedó para el siguiente tema: “No te busques ya en el umbral”, que, como muchas canciones de la etapa de Spinetta Jade, me resultó desconocida, pero su belleza nos llegó a mí y a todos (era raro en un show de estadio escuchar tanto silencio y respeto por la música por parte del público, aunque no podían faltar algunos charlatanes, como una familia que había atrás nuestro).
Luego el Flaco presentó a otro tecladista, “un músico estratosférico”: el Mono Fontana, que lo acompañó en “Fina ropa blanca”, otra canción que por suerte yo conocía y admiraba (y pude corear en vivo eso de “Acaso las sombras huirán”). Con el Mono también hicieron “La bengala perdida”, la primera de seis o siete canciones cuyas versiones originales no me fascinan para nada pero en vivo logran atraparme. Para las dos siguientes llamó al tecladista Juan del Barrio, otro de sus compinches de la etapa Spinetta Jade. Tocaron “Sombras en los álamos”, a la que siguió una bellísima versión de la bellísima “Alma de diamante” (una de las pocas de Spinetta Jade cuyo original sí me encanta, y aquí fue glorioso escuchar su epifánico comienzo). Después vino un tema más moderno, “Cisne”, y el regreso del Mono Fontana, con “Al ver, verás” y “¿No ves que ya no somos chiquitos?”. Era interesantísimo descubrir cuáles habían sido las selecciones del repertorio para esta noche (porque, claro, con 40 años de historia y 30 discos de los cuales elegir, había mucho de donde elegir).
Después, Spinetta presentó a “un músico descomunal”, y, al darse cuenta de que usaba siempre adjetivos como ése, dijo “No quiero decir siempre “genio” pero sí, son una bola de genios los que pasan por este escenario”. El invitado era Javier Malosetti, con quien hizo la reposada y romántica “Cielo de ti” (yo no recordaba esa canción, pero ¿cómo no rendirse cuando el Flaco entona tan emotivamente “Una luna de tu noche tiene tiempo”?). Al terminar fue el turno del siguiente invitado: Fito Páez, cuyo histrionismo me gusta cada vez menos, pero en esta noche no molestó tanto porque se comportó más medido. Hicieron “Las cosas tienen movimiento” (donde Spinetta entonando “La, la la la...” fue particularmente genial) y “Asilo en tu corazón”. Durante esta canción, símbolo de una noche mágica, vi una estrella fugaz por primera vez en mi vida. Para confirmar mi visión me volví hacia Ludmila, que estaba por preguntarme lo mismo (más tarde algunos diarios mitificarían la noche diciendo que “algunos dicen haber visto una estrella fugaz”. ¡Nosotros la vimos en serio!) A continuación vino la etapa de los covers, que empezó con un homenaje a Miguel Abuelo y su hermosa y simple “Mariposas de madera”. El Flaco hasta admitió que seguramente el sintagma “ojos de papel” había sido un robo inconsciente al “mariposas de madera” de Abuelo. El cover siguiente fue de “uno de los padres de todos nosotros, en muchos sentidos”: Litto Nebbia (en verdad, de su banda Los Gatos). La canción “El rey lloró”, muy versionada por infinidad de músicos, sonó ahora en la particular voz de Spinetta, pero antes aclaró que “me estaba olvidando de presentar a otro genio: ¡Beto Satragni! Espero acordarme dónde está mi casa cuando termine esta noche...”.
Luego subió al escenario otro “genio” que para mi gusto no merece ese calificativo: Juanse. El cantante de los Ratones Paranoicos acompañó al Flaco cantando con potencia un muy buen cover de “Adónde está la libertad”, de Pappo’s Blues. Y el siguiente invitado fue uno de los músicos argentinos en cuya voz más se nota la influencia de Spinetta: Gustavo Cerati. Juntos hicieron la hermosa “Té para tres”, de Soda Stéreo, pero era obvio que la otra canción que compartirían sería “Bajan”, que Cerati había versionado en su álbum debut como solista. Y así fue: el estadio coreó como pocas veces en la noche, y la verdad es que sonó espectacular (pero casi todo fue espectacular esa noche). En este tema estuvo como invitado Gustavo Spinetta, que había tocado la batería en la versión del álbum original, “Artaud”. Al terminar, Cerati agradeció al anfitrión “por un sueño cumplido” (en verdad, ya habían interpretado juntos esas mismas dos canciones hace un par de años, pero supongo que con “sueño cumplido” se refería al show en sí y al hecho de haber sido invitado). Y, siguiendo con “Artaud”, sonó “Cementerio club”, cuyo comienzo sorprendió a gran parte de los presentes. Y escuchar en vivo el riff blusero-minimalista de guitarra fue uno de los tantos momentos míticos de la noche (aunque otro crimen fue que de este disco, el mejor de la historia del rock argentino en mi opinión, sólo hayan sonado estos dos temas. ¿Cómo se pueden dejar afuera “Cantata de puentes amarillos”, “La sed verdadera”, “Todas las hojas son del viento”, “A Starosta, el idiota” o “Las habladurías del mundo”?)
A continuación hizo su entrada Leo Sujatovich, con quien se dio paso a otro segmento “Spinetta Jade”: así, sonó una tríada que comenzó con “Era de Uranio”, siguió con “Vida siempre” y terminó con “Maribel se durmió”, otro de los grandes momentos de la noche. A la hora de seguir presentando invitados, cada vez que Spinetta decía “El siguiente músico...”, el público ya se reía, porque sabían que no podía escucharse otra cosa que “genio”. Así que el propio anfitrión se dio cuenta de esto y lo usó a su favor, dejando frases incompletas para que los espectadores completen: “¿El autor del siguiente tema es un...?”. “...genioooo”, completaba el público. “No escucho. ¿Dicen que tienen sueño?”, contraatacaba el Flaco, como un maestro ciruela que usa su ciruelez para juguetear con sus alumnos y caerles bien. Es un showman atípico, pero un gran showman al fin y al cabo. Los invitados en cuestión eran sus hijos Dante y Valentino, quienes rapearon una versión de “Necesito un amor” de Manal, canción que constituyó el homenaje de Spinetta a Javier Martínez (por suerte el rap sólo ocupó la mitad del tema, y no fue tan molestamente modernoso como yo temía). Y después sonaron unos acordes inconfundibles de piano que me hicieron preguntarle sorprendido a Ludmila “¿Esto no es “Filosofía barata y zapatos de goma”, de Charly García?”. Lo era, y la verdad es que era una canción ideal para las inflexiones vocales y la voz sentida del Flaco. Por supuesto, este homenaje a García significaba que el bigote bicolor estaba por hacer su aparición, y en efecto así fue. El estadio se vino abajo en aplausos, y el tema que tocaron juntos fue, naturalmente, “Rezo por vos” (canción que escribieron juntos pero grabaron por separado). De Charly hay que decir lo mismo que en los últimos meses: parece que todavía le cuesta hablar, pero al cantar eso no se nota taaanto. Y la versión sonó con toda la expresividad que le podía dar la unión de estos dos monstruos, que luego se abrazaron y posaron tomados de la mano para una de esas fotos que quedarán en la posteridad. Con esto, Spinetta dio fin a la primera parte del show. Eran las 00:10, habían pasado dos horas y cuarto que parecían sólo la mitad, y todavía faltaba mucho. Lo mejor.
Luego de un intervalo llegó la etapa del trío “Los Socios del Desierto”, rebautizados para la ocasión como “Los Socios del Concierto”. Esto significa que se hizo presente Marcelo Torres y, para reemplazar al fallecido Daniel Wirtz, se subió a la batería nada menos que Javier Malosetti. Fue fabuloso ver a este power trío en acción: pensé que sería poco melódico para mi gusto, pero los tres temas que hicieron me fascinaron: “San Cristóforo”, “Bosnia” y “Nasty people”, dedicado a los idiotas que no respetan la vida humana cuando se sientan detrás de un volante (o en tantas otras circunstancias...). Luego vino otra pausa, durante la cual se preparó el escenario para una de las reuniones cumbres de la noche (todo bien con los Socios del Desierto y Spinetta Jade, pero me aventuro a decir que el plato fuerte para la mayoría eran las tres grandes bandas que mencioné al principio). Y por suerte esta primera reunión fue otro aspecto que superó mis expectativas: mis escuchas de Invisible no me habían hecho fanático, pero en vivo la banda me encantó. El Flaco presentó a los míticos Pomo Lorenzo y Machi Ruffino y después de un refrescante “un, dos, tres...” sonó el extraño comienzo de la archimítica “Durazno sangrando”. Y, por supuesto, como tantos otros del público, me sentí algo irreal, presenciando algo que se suponía que no podía estar sucediendo. Lo que siguió fue la más bizarra y potente todavía “Jugo de lúcuma”, primer tema del primer álbum de Invisible. Cada vez resultaba más evidente que la calidad interpretativa no le hacía ninguna concesión a la nostalgia: la banda sonaba espectacular. Y si de bizarreadas hablamos, el título del siguiente tema es famosamente notorio: “Lo que nos ocupa es la conciencia, esa abuela que regula el mundo” (justamente yo lo conocía de nombre pero nunca lo había podido escuchar). Finalmente, los temas de Invisible culminaron con “Perdonado (Niño condenado)”: a riesgo de sonar repetitivo, diré que fue sublime, con ese grito en crescendo de Spinetta que ponía la piel de gallina. Pero había una yapa: Lito Epumer se sumó a Invisible y los acompañó en un gran cover de “Amor de primavera” de Tanguito. Y se vino la (pronta) despedida de Invisible, sin que hayan tocado algunos otros temas míticos como “Que ves el cielo”, “Los libros de la buena memoria” o “Doscientos años”. Pero sería injusto quejarse después de lo recibido, y, como dijo Spinetta, “esto no termina acá”.
No, faltaba otra pausa más para luego ver en el escenario a los legendarios Black Amaya, Carlos Cutaia y David Lebón y escuchar “Con ustedes, Pescado Rabioso”. Secundados por Guillermo Vadalá, estas leyendas vivientes se mandaron con “Poseído del alba”, un comienzo extraño y familiar a la vez (como muchos comienzos spinetteanos), y con ese irresistible “Hoy te quiero proponer que mires en tu mar, mar cerebral...”. Lo siguiente fue otro punto altísimo de la noche: Luis le cedió el protagonismo al “ruso” Lebón (que, con anteojos oscuros y bufanda, tenía toda la pinta de mafioso) y éste entonó la breve y hermosísima “Hola, dulce viento”. La andanada de clásicos siguió con “Serpiente (viaja por la sal)”, donde terminó de quedar claro que, al igual que pasaba con Invisible, los integrantes de Pescado mantienen el mismo vuelo de hace treinta y cinco años. Y después de esta potente canción llegó la breve y mítica “Credulidad” (sí, ya sé, usé la palabra “mítica” ochenta veces, pero me justifico igual que el Flaco cuando llamaba “genio” a cada uno de los invitados). Luego llegó el turno del rock and roll más puro y directo, con la increíble sucesión de “Despiértate, nena”, “Me gusta ese tajo” y “Post crucifixión” (en ésta hubo pogo del público, totalmente justificado al escuchar ese riff de guitarra tan poderoso, inolvidable y contagioso). De esa tríada, en las dos últimas participó otro invitado más, el legendario Bocón Frascino, mientras Spinetta se divertía cambiando la letra de “Me gusta ese tajo” y fingiendo un tartamudeo al mejor estilo frenético-seductor de “My generation” de The Who: “co-co-co-con sus lindas piernas ella me hace pensar...”. Y con esas siete canciones quedó finiquitado el set de Pescado Rabioso. Una vez más, podríamos decir que merecían tocar dos horas más para contentar a todos, pero bue... También, una vez más, Spinetta aclaró “Esto no termina acá”.
Claro que no, porque el recorrido había ido cronológicamente hacia atrás, así que ahora se venía el nacimiento de Spinetta como músico: en efecto, el tipo presentó a Emilio Del Guercio, Rodolfo García y el querido Edelmiro Molinari (cada uno más parecido a Gandalf que el otro) y tiró al aire otra de esas frases para generar ovaciones: “Con ustedes, Almendra”. Y el cuarteto psico-hippie de los 60s abrió con “Color humano” (tema que luego daría nombre a otra banda de Edelmiro Molinari). Impresionante escuchar las entregas vocales de todos y los solos de guitarra. Y el tema que llegó después fue otra de esas hermosuras que uno nunca esperaba escuchar en vivo interpretado por la banda que lo creó: “Fermín”. Una reposada joyita que dio paso a una canción considerada por muchos como la mejor del rock nacional: “A estos hombres tristes”. Yo no estoy de acuerdo, pero sí es grandiosa, y sí fue espectacular verlo a Rodolfo García lucirse en la batería. Lugo vino algo que no era sorpresa porque yo había leído que la habían ensayado: “Hermano perro”. Elecciones un tanto raras, ya que, si bien podría decirse que toda canción de Almendra es un hiperclásico obligatorio, faltaron otras más “conocidas” como “Plegaria para un niño dormido”, “Ana no duerme”, “Rutas argentinas” o “Tema de Pototo”. Pero no faltó lo que todos esperábamos: los músicos dejaron sus instrumentos y se acercaron despojados a Spinetta para funcionar como coro en la joya acústica que se venía. El tipo anunció: “No sé cuándo se volverá a cantar esta canción, así que se la dedico a mi mamá, esto es lo tuyo”. Y sonó nomás “Muchacha (ojos de papel)” en la versión más celestial que nadie se pueda imaginar. Y fidedigna: el único instrumento era la guitarra, mientras que los compañeros del Flaco hacían los coros, que sonaban con la misma belleza arrasadora de la versión original.
Así terminó el set de Almendra. Pero “esto no termina acá” dijo el Flaco una vez más. Y después de otro intervalo, volvió y presentó a otro invitado (“a éste lo quiero más que a otros”): Ricardo Mollo. El cantante de Divididos se unió a Spinetta para hacer “Ocho de octubre”, un tema en honor a los chicos fallecidos en la tragedia de Santa Fe. El Flaco aclaró que la canción había sido compuesta junto a León Gieco, quien no podía estar presente porque estaba presentando en festivales de cine su documental “Mundo Alas”, que según Spinetta “es la mejor película de hoy en día, ¿okey?”. La siguiente canción también había sido escrita a partir de esa tragedia: “Retoño”. Y luego el Flaco decidió terminar su recital con tres temas hiteros (si se puede decir eso de algún tema de Spinetta) de los 80s y comienzos de los 90s: “Seguir viviendo sin tu amor” (donde se sumó el Mono Fontana), “Yo quiero ver un tren” (donde se sumaron Daniel Rawson y Nico Cota) y “No te alejes tanto de mí”. Claro, él insistió con que “esto no termina acá”, pero lo que quedaba no era una canción, sino un gesto: se puso una remera que aludía a la tragedia de Santa Fe y aludió (sin nombrar) a la revista Rolling Stone: en la tapa del número que está en los kioscos, se ve a Spinetta y Charly posando juntos, pero las letras de la remera de Spinetta (“todos fuimos, todos somos, todos pudimos ser”, en solidaridad con los familiares de los fallecidos en la tragedia de Santa Fe) fueron photoshopeadas para hacer más legible los textos de la tapa. Como Spinetta consideró esto una traición (ya que se había puesto la remera especialmente para que saliera en la tapa), instó a todo el público a que lo acompañara en un gesto de “fuck up” a la revista, y trajo a gran parte de los invitados de la noche a que posaran con las remeras en cuestión, “a ver cómo cortan la imagen ahora”.
Y así terminó la noche. Casi cinco horas y media de música que parecieron la mitad, grandes gemas de una extensa carrera, muchos momentos históricos para el recuerdo y la posibilidad de ver a tres bandas de tiempos antediluvianos que demostraron por qué generan tanto seguimiento. Escuché rumores de que quizás Almendra haga recitales enteros el año que viene, ¿y por qué no podemos soñar con eso? Y ya que estamos, con más recitales de Invisible y Pescado Rabioso...
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4 comments:
guuuaaaaaau! muy buena la crónica.
me hiciste revivir muchos momentos del recital... y debo decir que me hiciste reir mucho también con eso de "...a tu izquierda no, a tu derecha!”... jaja!
un beso!
ludmila.
yo tambien estuve en Velez!!!!!!!!!!!!
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