-Jueves 13, salgo del trabajo (mi último día laboral en 11 días, por suerte) y me dirijo al Teatro Colón a hacer la cola para ver “El acorazado Potemkin” en la ubicación Paraíso. Sí, las ubicaciones buenas eran realmente caras (no iba a pagar 25 pesos para ver una película), así que por la módica suma de un peso me dispuse a ver parado por una hora y cuarto un hiperclásico que hacía nueve años que no veía, por primera vez en fílmico, en copia restaurada y completa y con el agregado de la orquesta del Colón tocando en vivo la música que el director Sergei Eisenstein había querido que acompañase al film. Una película es imagen y sonido y, contra lo que se podría pensar, la música de un film mudo (cuando era pensada junto con la película) es increíblemente importante, porque, al ser mudo, la música es justamente lo único que escuchamos, así que puede constituir fácilmente un 50% de la experiencia. O sea que desde el momento de su estreno en 1925 hasta ahora, todos los argentinos habíamos visto un Potemkin que no era el verdadero Potemkin (imaginen que Spielberg moría en 1981 y los estudios se adueñaban de “Los cazadores del arca perdida” y le ponían canciones de rock, quedando en existencia sólo unas pocas copias del film con la partitura original de John Williams… el feeling de la película sería ciertamente diferente).
Bueno, la cosa es que se abrieron las puertas del Colón y entré nomás con el proletariado, las masas populares que también habían gastado, como yo, un peso para ver un film "revolucionario" de parados y en la ubicación casi más lejana al escenario. Por suerte, yo fui de los primeros y nadie me tapaba, así que pude ver bien. El director del festival Fernando Martín Peña hizo un intento de chiste ("Mis disculpas a los que esperaban al otro Fernando Peña"), especificó las condiciones en que se había visto el film en su momento y las distintas fuentes que se usaron para su restauración y luego presentó al restaurador del film, el alemán Enno Patalas. Como nadie le había traducido a éste las palabras de Peña, el tipo contó exactamente lo mismo sobre el proceso de restauración del film, sin saber que para el público resultaba una situación levemente jocosa por escuchar lo mismo dos veces.
Mientras tanto, se empezaba a sentir un agradable olor a humedad, un sonido de tormenta que venía de afuera del teatro (luego me enteraría que había sido una GRAN tormenta) y, créanme, algunas gotas de lluvia… ¡adentro del teatro!
Bueno, la película empezó y todo anduvo bien, aunque un par de veces el público chifló porque no aparecían los subtítulos. El film sigue funcionando ochenta años después de su estreno, aunque pueda fácilmente ser tildado de simplista. La orquesta hizo lo que tenía que hacer, o sea, tocar. Y donde más se valoró la experiencia de escuchar la música que había sido pensada especialmente para el film (y el hecho de escucharla en vivo) fue en el crescendo dramático del final, donde el buque se prepara para una posible batalla y la música va creciendo en suspenso y dramatismo contagiándole una gran tensión al espectador, cosa que con cualquier otra música funcional de fondo no habría sucedido. El film fue hecho para que esa escena sea vista con esa música y, efectivamente, de esa manera resultaba una experiencia mucho más interesante.
Ah, el mítico momento del cochecito cayéndose por las escalinatas de Odessa (que mucha gente esperaba ver por primera vez, ya que inspiró innumerables referencias en "Los intocables", "Bananas" y muchos otros films) está a la altura de su fama, aunque más especial que ver el cochecito cayendo solitario es verlo cayendo entre la multitud de gente que corre y escapa de los soldados.
Al finalizar la proyección (10 aires ¿o esperaban otra cosa?), la orquesta recibió un gran aplauso de cinco minutos o más y luego todos nos encaminamos a la salida (aunque yo hice un tour personal por los pasillos del teatro y me metí en algún palco vacío para ver qué se sentía). Afuera había dejado de llover y la 9 de Julio se veía un poco solitaria.
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